Amanece y, de pronto, me despierto.
Abro la ventana y veo el día gris.
Las nubes amenazan con la lluvia, 
y sin querer, el alma se me encoge. 
Entiendo que me abraza la tristeza, 
aquella que se escapa de los cielos 
y llega hasta mi lado.
Me miro en el espejo y veo las arrugas 
en mi frente.
El tiempo pasa y siento que el otoño ya ha llegado 
a pesar de que restan unos días para ello.
Atrás quedó un verano muy intenso 
y repleto de recuerdos y hospitales.
Quizás sonrío, a pesar del día gris
y la tristeza que me embarga.
Me gustaría volver a escribir, 
pero con aquella gracia 
y frescura de hace tiempo. 
Entonces tomaba el papel 
para depositar lo que viniera a mi cabeza, 
lo que el corazón le dictara, 
lo que la mano dejaba cual caricia en la cuartilla 
o lo que los dedos regalaban, con sus nervios, 
al teclado.
Hoy, es posible, que me falte ilusión, 
concentración y todo eso que es necesario 
para escribir bien y coherentemente.  
Aunque siempre me ha gustado la improvisación.
Vuelvo a mirar por la ventana y sonrío a la vida.
Lo hago ahora, cuando estoy triste, 
y lo hago pensando en la "negrita" que ayer, 
se marchó sin despedirse, sin decirme adiós, 
sin mirarme con sus ojos inocentes 
y buscar la caricia, en el lomo, acostumbrada.
Creo que voy a buscar un libro para leer 
y así volveré a bucear en los escritos de otros, 
en la historia, 
en las páginas perdidas de algún poeta 
y hasta en el pensamiento latente 
de algún alma que no quiso nunca morir.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/09/19
(Guardado 15/07/22)