Quisiera detenerme, como siempres, 
parar el tiempo y su reloj constante, 
limpiar mi rostro helado, del cansancio, 
mirar las golondrinas en la tarde.
Ya sé que han sido largos los suspiros 
y las charlas hablando para nadie, 
esas tarde de otoño que pasaron, 
los días de veranos, por las calles. 
...Pero también seguí a la primavera 
y la viví temblando como nadie, 
detrás de las oscuras golondrinas,
los vencejos llegados por el aire.
No puedo negar aquellos momentos, 
donde nació el poema que tu sabes, 
los pasos tras los sueños y quimeras, 
las sombras de ventanas y portales, 
los rostros de mil caras conocidas 
que ahora, las esconden los cristales; 
la bella plenitud de la mareas 
volviendo nuevamente hasta los mares.
El tiempo de mis letras es pasado 
y nunca su pregunta es un "¿qué haces?" 
si acaso me pregunta del presente 
y menos de un futuro incontestable, 
entonces son las letras las que gritan, 
recuerdan el calor de los hogares 
reclaman de mis labios la sonrisa 
y el beso de tus labios inmortales. 
Me dicen que nacieron sin quererlo 
forzadas por la pluma de un salvaje, 
el niño y el autor que profanó 
el templo donde estaban las vestales. 
Y allí se concebió la maravilla,
la eterna comunión de tinta y sangre,
la fiel y la sencilla paradoja
de estar en un jardín, sin sus rosales.
Por eso yo quisiera detenerme,
dormir entre los campos y trigales,
sentir el beso frío del rocío
y el agua con su música de baile.
Quisiera que sonara una guitarra 
gritando todo aquello que me nace,
volando con sus notas hasta el cielo
en busca de tus labios virginales.
Quisiera ya dormir por mucho tiempo
ajeno a las mentiras y verdades,
centrado en los suspiros de mi alma
y envuelto entre la bruma y los corales...
Rafael Sánchez Ortega ©
12/10/11

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