Yo vine al mundo
un día de septiembre,
un dieciséis.
Y fue un verano,
en puertas de un otoño,
quién me dejó.
De aquellos dulces,
colores, marchitados,
nació un mendigo.
Y es que la mano,
pequeña y temblorosa,
siempre pedía.
Pedía amor
en sueños y esperanza,
en su niñez.
Pedía paz,
en años de ilusiones
y juventud.
Y así llegó,
la eterna primavera,
con madurez.
Y la vivió
bebiendo de ese cáliz
intensamente.
Se emborrachó
del néctar de la vida
que tuvo un fin.
Porque la vida
no para, y se detiene,
como él quisiera.
Y en su vejez,
ahora, en otro otoño,
mira al invierno.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/05/25
Preciosas letras, la vida misma.
ResponderEliminarSaludos
Gracias Musa.
EliminarSaludos.
Un lindo poema donde en esas líneas está el autor de él , Un besote Rafael, buenas noches.
ResponderEliminarGracias Campirela.
EliminarUn abrazo...
Una perspectiva al pasado, donde la gratitud y la belleza interior siguen presentes y seguirán en el futuro del poeta...Muy hermosa esa memoria eterna, amigo.
ResponderEliminarMi abrazo y mi cariño.
La vida no se detiene y da la visión personal forjada desde la niñez.
ResponderEliminarPrecioso poema.
Abrazo, Rafael.