Las aves se afanan
haciendo sus nidos,
diseñan, construyen
y vuelan con mimo.
Con ramas de troncos
y algunos palitos,
tomados del suelo,
desgranan suspiros.
Son perlas de aleros,
balcones y sitios,
en viejas paredes,
jardines con brillo.
Allí los gorriones
consiguen el brío,
la casa sagrada
del pájaro niño.
Y el hombre que escribe
se queda tranquilo,
soñando y pensando
en cuentos ya antiguos.
Hoy surgen los versos
y riman sin trinos,
al son de las aves
que trazan sus nidos.
Sonríe el poeta
y así, sus sentidos,
recogen el beso
que manda el destino.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/05/25
Que esas aves sean el preludio del buen tiempo y nos dejen sus cánticos celestiales. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGracias Campirela.
EliminarUn abrazo.
El poema contagia alegría y esperanza.
ResponderEliminarAbrazo, y gracias, Rafael.