Guardo tus cartas
repletas de vivencias
y de ternura.
Fueron tus letras
un bálsamo precioso
que me alivió.
Yo era muy joven,
soñaba con princesas
inalcanzables.
Eran producto
de sueños y lecturas
de aquella infancia.
Te conocí,
sentada bajo un tilo,
mientras soñabas.
Mirabas lejos,
al mar y al horizonte,
frente a tus ojos.
Una libreta
estaba en tu regazo
con un bolígrafo.
Era un diario
y a él le confiabas
tus ilusiones.
Y yo te hablé,
te dije unas palabras
que no recuerdo.
Tú contestaste,
sincera y sonriendo
y me senté.
Y desde entonces,
la sombra de aquel tilo
unió dos almas.
Por eso, ahora,
rebusco entre tus cartas
y sé de ti.
Rafael Sánchez Ortega ©
01/11/25


