Unas montañas,
altivas, despertaban
en la mañana.
Era en verano,
veníamos a verlas
y a conquistarlas.
Quizás, tan solo,
andar por los senderos
y hacer sus cimas.
Y en ese tiempo,
tan bello, compartido,
pasar el día.
Y así lo hicimos,
charlando y caminando,
fuimos subiendo.
Nos ayudamos,
los unos a los otros,
en muchos pasos.
Intercambiamos
el agua y la comida
en las paradas.
Breves descansos,
secando los sudores,
tomando aire.
Aquellos rostros,
mezclaban el esfuerzo
con las sonrisas.
Y disfrutaban
del día en la montaña
y eran felices.
¡Qué tiempo aquel,
vivido y embriagado,
que tanto añoro!...
Rafael Sánchez Ortega ©
27/07/25