viernes, 2 de diciembre de 2011

CERRAR LOS OJOS Y QUEDAR DORMIDO...


Cerrar los ojos y quedar dormido
en un sueño para siempre,
dejar que las pupilas se relajen,
que no sientan los latidos,
seguir el rítmo de la vida y
sus constantes,
acariciar el aire con tus dedos
y escuchar el dulce grito del silencio.


Pedir al cielo una esperanza,
gritar a Dios desde la tierra
para enviarle tu grito de protesta.


...Y luego seguir soñando,
durmiendo eternamente,
en ese sueño sin palabras y sin voces.


Porque el amor pasó, y ya no vuelve,
como aquel tren de mercancías
que veías en los cuentos infantiles,
y es ese amor, el que perdiste,
el que marchó muy lejos por las vías,
buscando otros destinos y viajeros.


Y tú lo sabes y supiste siempre,
que estabas en la última oportunidad
que te quedaba,
en ese momento en que el valor es necesario,
en que no se debe dudar y menos
mentirse uno a sí mismo.
Porque aquel tren que pasaba
era el tren de tu vida y de tus sueños;
de los sueños juveniles, tan reales,
tan intensos y tan llenos del amor y fantasía.


Ahora miras las vías muertas y vacías.
Por ellas no circulan trenes,
ni hay vagones que se acerquen
para subirse a ellos.
Hasta la vieja estación tiene las puertas
cerradas,
las ventanas bajadas
y el letrero de la misma apenas se distingue.


Todo es soledad en el recinto,
como en tu alma,
que duerme la resaca de la vida.


Por eso quieres cerrar los ojos
y detener el tiempo,
(ya que no puedes retroceder en el mismo),
quieres parar las manecillas del reloj,
hacer que sigan vivas y no avancen,
para que la distancia que te separa
de aquel tren,
sea siempre la misma y no se agrande.
Así recordarás siempre esa distancia
y al vagón que no subiste
y puede que un día, cuando despiertes,
tu fantasía te lleve a otro sueño,
en el que subas a ese tren que ya perdiste
en el pasado.


Soñar no cuesta nada, amor, nunca lo olvides,
aunque olvides mis palabras y mis versos.


Rafael Sánchez Ortega ©
02/12/11

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