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lunes, 7 de mayo de 2012
ERAN ALTOS LOS CIPRESES...
Eran altos los cipreses
y dejaban una sombra melancólica en el suelo.
Yo recuerdo, desde niño, verlos siempre
tras la tapia del antiguo cementerio.
Imponían por su aspecto y también por su presencia
y dejaban en el alma una nota de respeto
y de silencio.
Cuando en clase nos mandaban realizar algún dibujo,
yo pintaba en el cuaderno una casa
y a su lado un ciprés que la cuidaba
con respeto y en silencio.
Ahora veo en el otoño los cipreses
y la tapia más de cerca,
y los veo con cariño porque sé que allí me aguardan
y serán los centinelas de mi lecho,
los guardianes que me cuiden de los vientos y galernas,
los que dejen los susurros de la vida en mis oídos,
los que traigan los suspiros con el beso de la brisa.
Eran altos los cipreses que recuerdo
y son altos y fornidos los que veo
en el ocaso de la tarde.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/05/12
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Cipreses...qué maravilla. Cómo me gustan los árboles en general, los pinos, y éstos particularmente...
ResponderEliminarImagino cuántos secretos guardarán los árboles, que han acogido a amigos y a amantes, que han cubierto de los rayos quemantes del sol, que han llorado sus hojas junto a los llantos de algún solitario andante...
Sabes que yo también dibujaba una casa y un árbol cuando pequeña... ;)
BESOS Y ABRAZOS, por tan hermoso poema.
A lo largo de la vida los árboles han sido testigos silenciosos de amigos, amantes que a su lado volcaron infinidad de inquietudes y sentimientos y también sonrisas y llantos.
ResponderEliminarMe hizo sonreír ese detalle y conincidencia de que "de pequeña tú también dibujabas una casa y un árbol".
Besos y abrazos para ti, Martiza en esta tarde,
Rafael
Los árboles como testigos mudos de miles de vidas y de miles de estancias eternas...
ResponderEliminarMe gustó el poema.
Un abrazo.
Gracias Laura por tu visita y comentario.
ResponderEliminarUn abrazo,
Rafael