Era el silencio
la cuna de los miedos
y de la noche.
Eran los nervios
del cuerpo de aquel niño
los que callaban.
Eran dos ojos
buscando, temblorosos,
entre las bruma.
Así empezaban
las letras y el relato
de aquel muchacho.
Eran deberes
impuestos en la escuela
por el maestro.
Y sobre el miedo
versaba el argumento
y redacción.
Vivir el miedo,
llevarlo hasta el presente
con los recuerdos.
Duros cristales,
retales de un espejo,
en un desván.
Y despertaban
en medio de la bruma
y la distancia.
Vuelven los miedos
en tinta, y el silencio,
te hace temblar.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/10/25

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