Te vi venir,
sombría y silenciosa,
hacia mi encuentro.
Noté, primero,
tu sombra deslizarse
junto a la orilla.
Silencio adjunto,
impuesto por las olas,
hoy sin resacas.
Playa vacía
de almas y personas,
aquella tarde.
Y es que la cita
no estaba programada
y era imprevista.
Nada te dije
y nada preguntaste
cuando nos vimos.
Quise llorar,
llevarme los recuerdos,
pero sobraban.
Eso dijeron
tus labios, sin palabras,
en un susurro.
Y te seguí,
marchando al infinito
y hacia lo eterno.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/04/25
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