Estoy cansado,
decía el vagabundo,
ante la iglesia.
La vieja puerta
oía sus lamentos
desde el silencio.
El templo fresco
y oscuro, le invitaba
a descansar.
Buscando un banco,
en él sentó su cuerpo
y descansó.
Rezó, sin prisas,
en diálogo a los cielos,
en un susurro.
Y descansó
su cuerpo, amodorrado,
por largo viaje.
Muchos kilómetros
habían recorrido
sus largas piernas.
Y precisaba
del alto en el camino
y un buen descanso.
Soñó, despierto,
con nuevas primaveras
y mariposas.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/04/25
Que bonito. Somos un poco como ese vagabundo, la vida cansa y necesitamos un poco de paz y descanso.
ResponderEliminarAbrazo.
Gracias María Rosa.
EliminarAbrazo.
Todos somos vagabundos, peregrinos de la vida y a veces hay que pararse, sentarse y descansar para hallar el equilibrio y la paz, amigo poeta.
ResponderEliminarMi abrazo entrañable y mi ánimo.