domingo, 20 de marzo de 2011

LA MÚSICA DE VALS...


Hacía tiempo, mucho ya, que no escuchaba
esta música.
De pronto he sentido que los violines
me llevaban y empujaban en ese vals
contínuo a través de las olas y
a través del espacio hasta tu lado.
Cerré los ojos y me dejé llevar
por esos brazos invisibles que me tomaban y
guiaban en esa danza donde los pies y
los cuerpos giraban sin cesar.
Allí estabas tú y la música,
nuestra música tantas veces escuchada
en el silencio de la noche,
mientras las olas llegaban a la playa y
las veíamos deslizarse con ese suave rumor
hasta venir a mojar nuestros pies descalzos.

Era el vals que una noche descubrimos
mirando el horizonte y paseando bajo
la luz de la luna.
Tenía esa mezcla inconfudible del olor
al salitre y a las algas y
con él el rumor constante
de la resaca al llegar con las olas.
Por encima de ellas creíamos ver a las gaviotas,
con su vuelo sosegado y cadencioso,
en ese baile de sus alas
como siguiendo también la música del mar
y de la brisa,
mientras buscaban entre ellas esa pieza
de pescado para llevar a su nido en la costa.

Pero la música estaba aquí y
yo estaba ahora solo en la playa aquella.
En esa playa tantas veces visitada y
añorada donde quedaron enterrados tantos
recuerdos y tantas horas de un pasado no lejano.
Sí, allí estaba yo, con el vals,
nuestro vals,
que salía de las notas del piano y
de las cuerdas de los violines
que dejaban su nota y su lamento.

Yo seguía con los ojos cerrados y
no quería abrirlos porque había retrocedido
a ese instante del pasado
en el que tomé tu cuerpo entre mis brazos y
tras mirar a las estrellas,
desde el fondo de tus pupilas,
besé tus labios y acaricié tus cabellos,
para a continuación,
sentir a tu cuerpo estremecerse,
a tu pecho latir acelerado y
también para escuchar un suspiro
que venía hasta tus labios.

...El baile continuaba y seguía en
esos pasos lentos y precisos,
pero llevándome a ese mundo de los sueños,
donde estábamos juntos,
con mis manos en tu cintura y
embriagándome del placer y de la dicha
de ese instante maravilloso
que no quería terminara,
porque aquel sueño debía ser eterno y
no apagarse nunca.

Recuerdo como el agua llegaba hasta nosotros,
como las olas nos iban cubriendo más y más, y
como nos fuimos despojando de nuestros vestidos,
hasta quedar completamente desnudos,
frente a frente,
para amarnos y compartir la pasión y
el cariño con la música del vals que nacía
de las olas que llegaban a dormir hasta la playa.

Sí, hacía tiempo que no escuchaba esta música,
y hoy,
esta noche la he vuelto a escuchar y
el tiempo se ha detenido para que yo
saboreara aquel recuerdo inolvidable.

Rafael Sánchez Ortega ©
20/03/11

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