Lloraba el sauce
muy triste y solitario,
en aquel huerto.
Cerca, en el bosque,
se alzaban los robles
con viejas ramas.
Y tú lo viste,
llorando a nuestro sauce
y te hizo llorar.
Se formó un nudo,
de pena y de tristeza
dentro de ti.
Te aproximaste,
temblando, con cariño,
para abrazarle.
Entonces viste,
tu nombre, en él tatuado
sobre su tronco.
Te estremeciste,
pensando que mi mano
era la autora.
Y la verdad
estaba en la palabra
que había escrita.
Reconociste
el mote cariñoso
que nos unía:
"sarbalapnis"
Rafael Sánchez Ortega ©
19/08/25
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