jueves, 8 de marzo de 2012

UN VIEJO LUGAR ABANDONADO.


Era un viejo lugar abandonado,
una tarde que acababa,
un intermedio en el espacio del tiempo
y un abrir y cerrar el alma,
y el baúl de los recuerdos.

Apuré la copa de la tarde y cerré los ojos
recibiendo el calor de los últimos rayos del sol
que se ocultaba tras los montes.
Era hora de volver a caminar,
de buscar de nuevo el sendero
que me llevara hacia ese lugar sagrado del parque
donde ella me esperaba.

En realidad así era desde hacía mucho tiempo
y siempre que el trabajo me lo permitiera.
Antes de volver para casa debía de pasar a saludarla,
debía ofrecerle mi sonrisa
y tenía que detenerme unos segundos mirando aquel estanque
que tenía a mis pies
y donde los patos tenían su pequeño mundo en miniatura.

Habían transcurrido muchos años
desde la primera vez que la vi.
Al principio apenas llamó mi atención
por encontrarla pequeña y casi enclenque,
pero con el paso de las estaciones fui testigo
de su crecimiento y lozanía,
de ese color cambiante de su rostro
y del hechizo que emanaba su figura.

Por eso tenía que acudir cada tarde a saludarla.
Por eso y porque en su cuerpo estaba el tatuaje
de una noche con dos nombres,
y entre ellos el sabor y los recuerdos
de aquel tiempo del pasado.
De unos besos compartidos
y un abrazo soñador y apasionado,
que creía irrepetible.

Esta tarde no habría lágrimas ni risas,
como sueltan los amantes,
ni el dolor de un corazón que gritara desgarrado.
No habría globos de colores
ni cometas que subieran a los cielos
con los sueños de los niños.
No habría hadas y sirenas juguetonas
que llegaran de los bosques y los mares.

Solamente estarías tú, mi vieja haya,
en el bosque encantador de ese parque que me espera,
con sus bancos aún temblando
por el paso del invierno tan cercano,
con las tímidas farolas que se encienden poco a poco
mientras llega ya la noche,
con el agua de las fuentes cantarinas
que salpican a los suelos y desbordan las piletas.

Y estarías, como siempre, esperando mi presencia,
suplicando en un susurro con las ramas de los árboles,
que llegara hasta tu lado,
que abrazara en un segundo a ese tronco encantador
que me subyuga eternamente
y me pide que le bese con mis labios
y reciba tu suspiro.

Ya me llamas viejo parque y voy a ti,
hasta tu lado, en esta tarde.
Voy en busca de ese árbol dulce y tierno que es el haya,
que ha crecido con mi nombre en su costado,
que ha sentido cada día lo que siento
y ha llorado con mis lágrimas,
porque quiero que perciba mi latido
y ese grito que se escapa de mi pecho
y que llevo hasta sus ramas
a dormir con las estrellas.

Rafael Sánchez Ortega ©
05/03/13

2 comentarios:

  1. Rafael, una vez más me emocionas con tus letras, tus versos del alma comprometida con la vida.
    Los árboles son y serán para mi fuente de vida inagotable (como también lo es el mar).
    Esa complicadad con la haya me ha parecido encantadora...

    Abrazos miles (y gracias por tu saludo en uno de mis blogs).

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  2. Gracias Maritza por tu visita y comentario. Tienes razón en lo que dices de los árboles y de que son fuente inagotable de vida. ¿Y el mar, qué puedo decirte del mar?...
    "Nací a su lado y vivo entre sus olas..."
    Un abrazo en la tarde,
    Rafael

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