Hay un reloj en la torre
silencioso y descuidado,
que va marcando las horas
cuando el sol brilla en lo alto.
Yo siempre le he conocido,
altanero y solitario,
con esa efigie de piedra
y en su trono bien sentado.
Fueron días de la infancia
de colegios y mecanos,
con la sombra de los juegos
y de algunos campanarios.
Y a su lado compartimos
los minutos que, en los ratos,
nos dejaban los recreos
entre clases y trabajos.
Pasó el tiempo, con nosotros,
los relojes se quedaron,
aguantando el día a día
y ese tiempo de los años.
Hoy te veo, nuevamente,
pues mis pasos regresaron,
a los muros que soportan
unos signos mal borrados.
Y te veo, generoso,
como siempre y como antaño,
señalando bien las horas
con el sol a tu costado.
Un suspiro se me escapa
de este pecho un tanto anciano,
y un susurro toma forma
con tu nombre de mis labios.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/10/24
Uff que belleza Rafael!
ResponderEliminarMaravilloso poema que invita a muchas reflexiones. Gracias!
Abrazote!
Gracias a ti Natlia.
EliminarUn abrazo.
Muy buenas noches, precios cada verso, pero ese último es precioso. Un besote.
ResponderEliminarGracias Campirela.
EliminarUn abrazo.
Recordar el colegio, las horas de compañía siempre juntos, dulces versos.
ResponderEliminarAbrazo
Gracias María del Rosario
EliminarAbrazo.
Hay un reloj que acompaña tus recuerdos.
ResponderEliminarMaravilloso poema, su cadencia... sus rimas ❤
El reloj de piedra queda eternizado en tus versos, Rafael...y acompaña siempre a tu niño interior...
ResponderEliminarMi abrazo entrañable y mi ánimo, amigo poeta.
Ese reloj, testigo del paso de las épocas. Todo lo que habrá visto. Deberías leerle el poema, que es precioso.
ResponderEliminarAbrazo, Rafael.