Aquellos girasoles,
al cielo saludaban,
estaban en la huerta,
del niño y de su casa
Alzaban su figura
al sol que les llamaba,
dejando los colores
de nueva madrugada.
El niño, muy pequeño,
así los contemplaba,
con ojos y pupilas
absortos en su estampa.
Alegre colorido
de brumas y nostalgias,
llenando de pureza
el fondo de las almas.
El sol, con paso lento,
sus pasos estiraba,
llenando de alegría
la tierra y la mañana.
El agua del rocío
también se destilaba
y el campo y la pradera
de nuevo despertaban.
Cantaban los gorriones
igual que las cigarras,
formando unas corales
de seres sin corbata.
Y el niño, todo esto,
pensaba y cavilaba,
volando con sus sueños
a un mundo de esperanzas.
¡Qué vana es la utopía
del niño en esta fábula,
los sueños son los sueños,
y, a veces, crean farsas.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/10/24
Los girasoles ya no miran al sol.
ResponderEliminarFeliz jueves Rafael.
Un abrazo
Gracias Carmen.
EliminarUn abrazo.
Muy bonito poema. La imaginación de un niño ante la belleza de los girasoles puede volar muy alto.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias María Rosa.
EliminarUn abrazo.
Cuánto colorido en este poema, Rafael.
ResponderEliminarLos sueños son espejismos. Pero qué bien hacen a veces.
Abrazo.
Gracias por tus palabras y comentarios de hoy, Verónica, no sabes cuánto te lo agradezco.
EliminarAbrazo.