domingo, 10 de abril de 2011

NO ERA LA AHORA AÚN...


No era la hora aún, Amor,
¡no era la hora!,
pero te necesitaba,
precisaba de tu abrazo y tus caricias
en esta noche gris y fría de diciembre.


Por eso cerré los ojos y salí al jardín
buscando entre las sombras tu figura;
buscaba ese algo que faltaba
y no tenía:
"la paz inmaculada de la noche,
la calma irreverente de los cielos,
la llama que alumbrara mi camino,
el beso de la brisa por mi cuerpo,
la eterna sinfonía de las olas",
y te buscaba a ti, Amor,
en medio de los vientos.


Quería abrazarte y sentir tu abrazo,
quería dormir entre tus brazos
y secar mis lágrimas con tus cabellos.


Pero también quería, Amor,
sentirte cerca,
cruzar ese calor inmenso de tus manos
con el candor de tus dedos en mi cuerpo,
sentir el silencio de tus labios
reprimiendo las preguntas
y, la mirada tan tierna de tus ojos
que me hablaban y animaban.


Porque tú tenías esa gracia y la virtud
de estar en paz,
de ser la margarita más preciada
de la tierra,
la dulce mariposa de la tarde,
la alondra regresando en el ocaso,
la hiedra recorriendo las paredes,
la voz de la campana cuando anuncia
cada hora,
y también eres gaviota y cormorán
que esperas al marino,
y niña singular, llena de amor
y de paciencia.


Pero quería tenerte cerca, Amor,
tan cerca como nunca te imaginas,
y estar en ti y tú conmigo,
estar con mi cabeza en tu regazo
mientras sentía tus dedos en mi cara
y mi mano, esa mano temblorosa,
que te recorría dulcemente,
te dibujaba y describía las imágenes
sin nombre,
las curvas sinuosas de tus senos,
y esa piel tan delicada que me arranca
mil suspiros,
esos labios que musitan y murmuran
ese nombre que es mi nombre...


Por eso te necesitaba en esta noche
y te buscaba sin descanso.
Por eso, Amor, sólo por eso,
a pesar de mi tristeza,
a pesar de mis silencios,
para decirte al oído que te quiero,
y que te amo, a ti, mi Amor,
con tu silencio y sin preguntas.


Rafael Sánchez Ortega ©
10/04/11

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