Sentí tu marcha
quedando entristecido
con mis recuerdos.
Tú me dejaste
la sombra, suplicante,
de mi silencio.
Y te perdí,
un día, como tantos,
en que te fuiste.
Alzaste el vuelo,
dejándome en la tierra
con mis pecados.
Fueron dos lágrimas,
brotando, temerosas,
las que me hablaron.
Gritaba el alma
pidiendo que corriera
detrás de ti.
Que detuviera
el vuelo solitario
de tu poema.
Y tuve miedo.
La voz, de mi garganta,
nunca brotó.
Y así perdí,
la luz de tu mirada
y tu sonrisa.
Por eso estoy
un tanto avergonzado
de mis recuerdos.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/02/25
No hay comentarios:
Publicar un comentario