Te marchabas y perdías en las sombras
y quedaba tu figura en el recuerdo,
sin embargo no sonaban campanillas
ni volvían margaritas con el eco,
las razones se quedaban olvidadas
y surgían los rescoldos y lamentos,
como llamas que perdían su hermosura
condenadas a pudrirse en el infierno;
era extraño que la brisa no soplara
y que fuera aquel nordeste tan perverso,
el causante de la herida intencionada
y la sangre que se helaba por el pecho,
porque el lirio se quedaba estremecido
en la orilla de algún río, quizás seco,
y sonaban los tambores de la guerra,
y lloraban unos ojos sin saberlo.
Te marchabas con tus lágrimas saladas
y perdías el control del universo,
no sabiendo que lloraban las estrellas
y buscaban a tus huellas con el viento;
las buscaban con la sangre enfebrecida,
añorando tantas noches y paseos,
y también aquellos ratos singulares
en que tú les susurrabas tus secretos,
porque fuiste la inocencia preferida
que leía y que entregaba sus deseos
a través de poesías entrañables
que salían de tus manos y tus versos,
y era así, porque querías presentarte
desnudada y entregada por entero,
a la vida que con fuerza te llamaba
y al amor que precisabas con denuedo.
"...Te marchabas para siempre, en esa noche,
y unos ojos te lloraron y siguieron,
esos ojos que tan bien tú conocías
y aceptaban tu partida en el silencio..."
Rafael Sánchez Ortega ©
25/02/18