Ven conmigo compañero,
hasta el campo de batalla,
no te asuste lo que veas,
son rescoldos de la lava.
Son heridas de los hombres
que lucharon hasta el alba,
y perdieron sus amigos
y lloraron por su marcha.
Son las huellas de unos seres,
que descalzos caminaban,
por los páramos desiertos
que conducen a las almas.
Es la sangre detenida,
son las venas desgarradas,
es el grito reprimido
que se ahoga en la garganta.
Es un cuadro surrealista,
todo esto que se narra,
pero quiero que lo veas,
que lo sientan tus entrañas.
Ven conmigo compañero,
hay un campo en lontananza,
donde crecen amapolas
entre ortigas y entre armas.
Hace tiempo, mucho tiempo,
que las armas ya descansan,
y los huesos calcinados
se quedaron sin palabras.
Se quedaron con los olmos,
y la lluvia que llegaba,
se pudrieron en el fango
las promesas tan sagradas.
Ahora miran hacia el cielo
los gorriones en las ramas,
pero arriba, entre las cumbres,
paseando están las águilas.
Hay carroña por el valle
y la nieve en la montaña,
hay un niño que suspira
y que toca la campana.
Ven conmigo compañero,
hay un campo con sus ánimas,
que yo quiero que lo veas
y te empape de su sabia.
Es aquí, con la derrota,
donde quiero tu templanza,
y que aprendas de la vida
sus sabores y añoranzas.
Hay marinos en sus barcos,
labradores con su azada,
escribanos con su pluma,
sacerdotes con sotana.
Hay mujeres que madrugan
con su cesto a las espaldas,
que laboran los pajares
y los campos y las cuadras.
Pero hay hombres con su boina,
su cigarro y la petaca,
arrancando de los suelos
esa sangre tan preciada.
Ven conmigo compañero
hay un campo que te aguarda,
con sus risas y sus llantos,
con su gloria y su desgracia.
Ese campo tiene un nombre
y tú sabes quien lo llama,
es el grito que a la tierra,
da mi vida y da mi alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/11/10
hasta el campo de batalla,
no te asuste lo que veas,
son rescoldos de la lava.
Son heridas de los hombres
que lucharon hasta el alba,
y perdieron sus amigos
y lloraron por su marcha.
Son las huellas de unos seres,
que descalzos caminaban,
por los páramos desiertos
que conducen a las almas.
Es la sangre detenida,
son las venas desgarradas,
es el grito reprimido
que se ahoga en la garganta.
Es un cuadro surrealista,
todo esto que se narra,
pero quiero que lo veas,
que lo sientan tus entrañas.
Ven conmigo compañero,
hay un campo en lontananza,
donde crecen amapolas
entre ortigas y entre armas.
Hace tiempo, mucho tiempo,
que las armas ya descansan,
y los huesos calcinados
se quedaron sin palabras.
Se quedaron con los olmos,
y la lluvia que llegaba,
se pudrieron en el fango
las promesas tan sagradas.
Ahora miran hacia el cielo
los gorriones en las ramas,
pero arriba, entre las cumbres,
paseando están las águilas.
Hay carroña por el valle
y la nieve en la montaña,
hay un niño que suspira
y que toca la campana.
Ven conmigo compañero,
hay un campo con sus ánimas,
que yo quiero que lo veas
y te empape de su sabia.
Es aquí, con la derrota,
donde quiero tu templanza,
y que aprendas de la vida
sus sabores y añoranzas.
Hay marinos en sus barcos,
labradores con su azada,
escribanos con su pluma,
sacerdotes con sotana.
Hay mujeres que madrugan
con su cesto a las espaldas,
que laboran los pajares
y los campos y las cuadras.
Pero hay hombres con su boina,
su cigarro y la petaca,
arrancando de los suelos
esa sangre tan preciada.
Ven conmigo compañero
hay un campo que te aguarda,
con sus risas y sus llantos,
con su gloria y su desgracia.
Ese campo tiene un nombre
y tú sabes quien lo llama,
es el grito que a la tierra,
da mi vida y da mi alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/11/10