La carta me llegó y estaba en blanco,
tenía tu perfume y la fragancia
dejado para mi, en la distancia,
y el beso de tus labios siempre franco.
Trataba de leer en aquel banco
las líneas invisibles de la infancia,
las letras de la esencia y la elegancia
perdidas no sé donde en algún flanco.
Con ellas se perdió en un latido,
la dulce mariposa de la vida.
Se pierde el sentimiento reprimido
por culpa del dolor y de la herida.
La carta que llegó, sin contenido,
tenía su blancura deslucida.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/03/11