Si miro por la ventana
apenas diviso el cielo,
hay nubes negras y oscuras
y un ambiente un tanto feo.
Se anunciaba una tormenta
con chubascos y con vientos,
y al final todo ha quedado
en garúa y aguaceros.
Las gaviotas en la playa
permanecen en sus puestos,
vigilantes y muy firmes,
oteando el universo.
Cerca están los cormoranes
descansando de su vuelo,
y secando su plumaje
tan mojado y siempre negro.
Unas olas juguetonas
llegan prestas de muy lejos,
a dormir sobre la arena
entre espumas y reflejos.
Por el cielo ya se asoma
ese rey de los luceros,
es el sol que da la vida
y calienta nuestros huesos.
Por la calle van los niños
caminando hacia el colegio,
sus mochilas a la espalda
con los libros y cuadernos.
Para ellos la mañana
se presenta como un juego,
en el patio con amigos,
en las clases con maestros.
Unas aulas los acojen
entre muros recubiertos,
de misterio y fantasía
en un mundo que es el de ellos.
Pero afuera sigue el día,
ahora pasa el panadero,
repartiendo levadura
y ese pan triscón y tierno.
Más abajo, por las calles,
suena el claxon del lechero,
y ya bajan las mujeres
a buscar este elemento.
Muy despacio, y más arriba,
va asomando el barrendero,
con su carro y la corneta
recogiendo nuestros restos.
Y esta es una mañana
como tantas del invierno,
con escenas monocordes
ocurridas en mi pueblo.
Yo sé bien que estas imágenes
no le importan al viajero,
porque son insustanciales
y carentes de algo bello.
Pero son parte del alma,
de la vida que yo siento,
la que entra en mi ventana
y en los ojos con que veo.
No me importa si hay lectores
que no aprecian estos versos,
ni tampoco si se aburren
al contarles todo esto.
Es mi pueblo cada día,
son estampas y fragmentos,
de una villa muy pejina
que yo llevo en el recuerdo.
Y la llevo tan metida,
¡tan profunda va en el pecho!,
que no puedo despreciarla
porque soy un Barquereño.,
San Vicente es una Villa
con leyendas y misterios,
La Barquera es la posada
de los barcos en el puerto.
Y al final, junto a las hayas,
La Capilla está en el centro,
y la Virgen en un barco
lleva al Niño y los luceros.
¡Cuántas veces he rezado
una Salve en ese suelo!,
tras las rejas y las velas,
que temblaban con el viento.
Pero hoy, cuando esto escribo,
nada aspiro y nada quiero,
solo el roce del salitre
y la mar con su lamento.
Ese beso de los mares
que invisible roza el pelo,
ese beso de la brisa
que yo busco en el silencio.
"...Si miro por la ventana
sin querer veo un espejo,
y en el mismo mi figura
de hace mucho, ¡mucho tiempo!..."
Rafael Sánchez Ortega ©
18/11/11