Silba el viento
y suenan los cristales;
pasa la noche,
pasa el tiempo,
pasa la vida simplemente
como una sinfonía inacabada,
un crescendo en movimiento,
dirigido por la mano divina
mezclando sinfonías espectrales,
susurros invisibles
con nubes que ahora pasan.
Me dirigo hacia ese viento
que no veo,
a la fuerza inalcanzable
que me besa,
que me roza,
que acaricia mi cabello,
que penetra por los poros
de mi cuerpo,
que me dice mil susurros
que no entiendo,
y le pido simplemente
que me hable con palabras
que me lleguen al oído,
que me muestre lo que oculta
tras la fuerza que demuestra,
produciendo esos gemidos,
esos gritos en la noche.
Quiero ver si son sus lágrimas,
si es el llanto
lo que corre por su cara,
si es el miedo
el que atenaza sus sentidos.
Silba el viento y no lo veo.
Sólo sé que me domina,
que me embriaga,
que me excita,
que me lleva hasta su mundo de locura,
y que hace de mi vida
una simple interrogante,
una duda con preguntas
sin respuestas.
Silba el viento y en él busco,
como buscan los sedientos esa fuente,
como busca el peregrino la posada,
ó el mendigo esa dávida y limosna
a la entrada de la iglesia.
Silba el viento desgarrado del amor
y la tormenta se acelera por mi alma.
Tengo frío, tengo miedo,
tengo ganas de correr hacia la nada,
de buscar esa ilusiòn y fantasía
de dormirme sin palabras,
con la música que suena,
de entregarme a los placeres
más diversos,
de mirar por la ventana
y ver tu paso,
ver tu cara y ver tu rostro
dulce viento enamorado,
de mi vida,
de mi alma,
de mis sueños.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/04/10
y suenan los cristales;
pasa la noche,
pasa el tiempo,
pasa la vida simplemente
como una sinfonía inacabada,
un crescendo en movimiento,
dirigido por la mano divina
mezclando sinfonías espectrales,
susurros invisibles
con nubes que ahora pasan.
Me dirigo hacia ese viento
que no veo,
a la fuerza inalcanzable
que me besa,
que me roza,
que acaricia mi cabello,
que penetra por los poros
de mi cuerpo,
que me dice mil susurros
que no entiendo,
y le pido simplemente
que me hable con palabras
que me lleguen al oído,
que me muestre lo que oculta
tras la fuerza que demuestra,
produciendo esos gemidos,
esos gritos en la noche.
Quiero ver si son sus lágrimas,
si es el llanto
lo que corre por su cara,
si es el miedo
el que atenaza sus sentidos.
Silba el viento y no lo veo.
Sólo sé que me domina,
que me embriaga,
que me excita,
que me lleva hasta su mundo de locura,
y que hace de mi vida
una simple interrogante,
una duda con preguntas
sin respuestas.
Silba el viento y en él busco,
como buscan los sedientos esa fuente,
como busca el peregrino la posada,
ó el mendigo esa dávida y limosna
a la entrada de la iglesia.
Silba el viento desgarrado del amor
y la tormenta se acelera por mi alma.
Tengo frío, tengo miedo,
tengo ganas de correr hacia la nada,
de buscar esa ilusiòn y fantasía
de dormirme sin palabras,
con la música que suena,
de entregarme a los placeres
más diversos,
de mirar por la ventana
y ver tu paso,
ver tu cara y ver tu rostro
dulce viento enamorado,
de mi vida,
de mi alma,
de mis sueños.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/04/10