"En los días en que el alma esta doliente
vivir no es otra cosa que morir lentamente
y la "sombra" acelera la vida para apurar la muerte"
Duele el alma y duelen las entrañas.
Es un dolor agudo, penetrante,
como si un estilete rasgara el pecho
en mil pedazos,
no dejando respirar por el dolor
y por las lágrimas.
Pienso en ti, aunque no lo creas,
aunque puede que ahora mire hacia otro lado
y que busque en las estrellas
esa luz tan añorada,
la que tuve y la que quise,
la que hablé de madrugada,
entre sueños y entre gozos,
entre abrazos y entre risas.
Pienso en ti...
Aún recuerdo tu figura delicada
y siempre seria,
ese pelo tan revuelto que llevabas,
la mirada pensativa y penetrante,
siempre cálida;
y tus manos especiales con aquella cadenita
que bajaba en tu muñeca,
a enredarse entre los dedos.
Fue un hermoso sueño que ahí quedó,
aparcado en aquella isla sin playa,
en aquel mundo sin patria,
en aquellos pensamientos juveniles,
quizás ahogados por la fuerza
del tiempo y de los años,
aunque conservados dulcemente en ese cofre
de los sueños, en mi alma.
Y ahora me llega la brisa y con ella tu lamento...
El recuerdo que se vuelve como un eco
y me dice muchas cosas que tu gritas,
que declaras,
que te salen de muy dentro
y que lanzas a los vientos
con un grito desgarrado,
esperando que te escuchen los amigos,
las personas tan queridas,
y quizás hasta tu alma...
No hay barqueros ni sirenas,
no hay marinos en sus barcas,
ni sus dulces compañeras les esperan en el puerto.
Soledad en el silencio...
Tarde gris y noche oscura con las sombras,
con su manto de nostalgia,
con el triste colorido de las lágrimas
vertidas en un rostro,
aunque no llore,
aunque se ahoguen esas perlas en los ojos
y te quemen la garganta,
aunque sientas ese frío que te baja
por el cuerpo y te aprisiona,
aunque grites sin palabras a ese cielo
que se aleja, de este mundo que es el tuyo,
que abandona tu costado,
a esos labios tan ansiados
que besaste en tu delirio.
Te contemplo y enmudezco sin saber el qué decirte,
pues me faltan las palabras.
Te acaricio con mis dedos invisibles,
con mi mano temblorosa y vacilante,
con mis labios que pronuncian
y murmuran ese nombre tan querido,
en este otoño, que es tu otoño.
Tu mirada es un poema desprovisto de sus versos,
es un cuerpo desnudado
y entregado con honor al sacrificio.
Pero no, ¡nunca te rindas
ni te entregues sin batalla!
Si precisas un soplo de la vida,
toma mi vida,
si las sombras hoy te acechan y te agobian,
ven a mi lado a que te acoja...
Yo no quiero que se muera,
ni se rinda,
la persona tan sencilla
que miraba siempre al frente,
que tenía su destino bien fijado,
la que amaba sin reservas,
aunque huyera de los sueños.
Quizás vivas tu presente día a día,
apurando los segundos
como el rezo de un rosario;
pero eres tú la que ahora rezas,
la que vives, la que eres,
la que sientes, la que sufres,
la que ríes, la que lloras,
y por eso yo te pido que no cambies,
ni permitas que te cambien
con amores ni con bienes...
Dime al fin que nuestra luz,
la que vimos y sentimos tantas veces
penetrar en las pupilas y en los ojos,
esa luz, la tan querida y añorada
ha rasgado las tinieblas
y las sombras de tu alma
y que la brisa del amor y la esperanza
está besando tus mejillas.
Dímelo sin miedo y nunca temas,
porque albergas en el alma mil caricias,
mil suspiros,
mil deseos que palpitan,
que están vivos,
que le gritan a la vida y a los hombres
y que guardan ese grito
y esa llama del amor
que tanto ansías y precisas...
Porque pase lo que pase allí estaré,
a tu lado, como siempre, y sin palabras,
con mi mano y mi presencia,
con mi alma y con mi vida, para ti.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/01/10