Llega del mar el nordeste
con la brisa delicada,
que acaricia mis mejillas
y con premura las raspa,
para luego deslizarse
por los cabellos y espalda
entregándome su abrazo,
restañándome las lágrimas,
acelerando el latido
de este pecho que cabalga,
con la sangre impetuosa
por recobrar la esperanza,
en las fiestas que se acercan,
la Navidad tan ansiada,
que a los niños y mayores
nos invita y nos reclama.
Rompe una estrella, la noche,
y parpadea lejana,
pues va dejando su estela,
la claridad y templanza,
a los pastores y magos
que hasta Belén van de marcha,
para ofrecer los presentes,
los regalos y las dádivas,
al Niño que allí ha nacido,
con un brillo en la mirada,
de María, que es su madre,
entre el pesebre y la paja,
en esta noche de invierno
y en medio de la nevada,
con un mensaje en sus labios
del Amor y la Palabra.
Por eso quiero que suenen
los tambores y las gaitas,
los rabeles y ocarinas,
los violines y guitarras,
y todos los instrumentos
que nos anuncien la danza,
por este niño nacido
con la sonrisa en el alma,
que transmite y nos entrega
una paz y una templanza,
serenando corazones,
taquicardias elevadas,
y hasta haciendo que los hombres
tranquilicen hoy las armas,
y se olviden por un tiempo
de las guerras y las balas.
Ya sé que es una utopía
y que el nordeste es la llama,
que enciende los corazones,
en estas fechas sagradas,
cambiando los escenarios,
los personajes, las sagas,
los minutos y segundos
de serenar las miradas
y proclamar que es posible
el compartir las migajas,
de este mundo en que vivimos,
y esta tierra que es la casa,
de los hombres y mujeres,
en continentes y razas,
porque en Belén ha nacido
este Niño de los parias.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/12/17
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