Se han borrado las huellas de tus pasos
por el viento tan fuerte y por la arena,
tus pisadas cubiertas y tapadas
sólo son un latido que se aleja.
Y la sombra que daba tu figura
con el norte preciso de la senda,
se han perdido, de pronto, para siempre,
como un sueño del cuerdo que despierta.
Peregrino que fuiste de la vida,
caminante de pueblos y de aldeas,
perseguías un sueño solamente,
una luz más allá de las estrellas.
Te detienes un rato, con cansancio,
bajo un roble robusto que te alberga,
y allí sientes aquel escalofrío,
el abrazo y caricia que te deja.
Es un árbol te dices, simplemente,
un testigo de hombres y carretas,
sólo un tronco quizás desesperado
desprovisto de ramas y malezas.
Pero tú caminante empedernido,
el que busca los versos y poemas,
sacarás de su abrazo mil consejos
apoyando en su hombro tu cabeza.
¡Cuánta nota se encuentra retenida!,
¡cuánta música llena de belleza!,
¡cuánto beso mandado hacia los cielos,
sin contar los suspiros y promesas!.
Todo esto te dice en un susurro
aquel roble cargado de tristeza,
mientras tú, soñador y caminante,
embobado le escuchas mientras piensas.
Y es verdad que tú piensas en los pasos,
en aquella figura que los diera,
en la eterna sonrisa de su cara
y en el suave perfume con su esencia.
Más el polvo te oculta todo aquello,
aquel cuadro tan lindo que tu vieras,
aquel lindo y precioso pentagrama
dibujado por mano tan maestra.
Volverás otra vez sobre tus pasos
a buscar la figura entre la niebla,
y quizás esos sueños juveniles
con la mano tan linda y tan traviesa.
Pero el polvo que cubre los caminos,
ha borrado los pasos y las huellas,
manteniendo tan sólo en el recuerdo
una llama que débil parpadea.
Es la llama que pugna por la vida,
es el leño ardoroso que se quema,
es la sangre que late acelerada
en el alma que amó con su fé ciega.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/01/10
por el viento tan fuerte y por la arena,
tus pisadas cubiertas y tapadas
sólo son un latido que se aleja.
Y la sombra que daba tu figura
con el norte preciso de la senda,
se han perdido, de pronto, para siempre,
como un sueño del cuerdo que despierta.
Peregrino que fuiste de la vida,
caminante de pueblos y de aldeas,
perseguías un sueño solamente,
una luz más allá de las estrellas.
Te detienes un rato, con cansancio,
bajo un roble robusto que te alberga,
y allí sientes aquel escalofrío,
el abrazo y caricia que te deja.
Es un árbol te dices, simplemente,
un testigo de hombres y carretas,
sólo un tronco quizás desesperado
desprovisto de ramas y malezas.
Pero tú caminante empedernido,
el que busca los versos y poemas,
sacarás de su abrazo mil consejos
apoyando en su hombro tu cabeza.
¡Cuánta nota se encuentra retenida!,
¡cuánta música llena de belleza!,
¡cuánto beso mandado hacia los cielos,
sin contar los suspiros y promesas!.
Todo esto te dice en un susurro
aquel roble cargado de tristeza,
mientras tú, soñador y caminante,
embobado le escuchas mientras piensas.
Y es verdad que tú piensas en los pasos,
en aquella figura que los diera,
en la eterna sonrisa de su cara
y en el suave perfume con su esencia.
Más el polvo te oculta todo aquello,
aquel cuadro tan lindo que tu vieras,
aquel lindo y precioso pentagrama
dibujado por mano tan maestra.
Volverás otra vez sobre tus pasos
a buscar la figura entre la niebla,
y quizás esos sueños juveniles
con la mano tan linda y tan traviesa.
Pero el polvo que cubre los caminos,
ha borrado los pasos y las huellas,
manteniendo tan sólo en el recuerdo
una llama que débil parpadea.
Es la llama que pugna por la vida,
es el leño ardoroso que se quema,
es la sangre que late acelerada
en el alma que amó con su fé ciega.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/01/10
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