Una tarde, como tantas, vi tu nombre;
se encontraba rotulado en aquel roble,
destacando de su tronco poderoso,
entre un dulce corazón muy arrugado.
La corteza revenida contenía
los silencios de momentos transcurridas
en las tardes del verano,
de las sombras de la noche
que cubrían a la luna
impidiendo que dejara su reflejo,
sobre el roble, sobre el tronco,
en un beso sin palabras a tu nombre.
Me acerqué hasta ese árbol tembloroso,
hasta el roble de la vida y de la muerte,
al testigo de momentos y minutos
transcurridos en la infancia,
al lugar donde nació la primavera,
otra tarde, ya hace mucho,
a pesar de nuestro intento
por parar esos minutos,
por hacer que los relojes
detuvieran su camino
y durmieran con nosotros
en un sueño sin principio y sin final
esperando la llegada del verano.
Y mis dedos recorrieron la corteza,
esa piel del viejo roble tan curtida,
ese tronco tan añejo,
esas ramas tan nerviosas
que agitaba el fiero viento del verano
percibiendo sus latidos,
recibiendo sus temblores,
encontrando la caricia tan perdida
y olvidada con el tiempo;
penetraron entre la savia de su vida,
de su sangre...
Y mis dedos te buscaron allá arriba,
en el viejo corazón que ya no late,
en las letras arqueadas de tu nombre,
en el sueño que allì yace
en los pliegues de este alma,
en el roble misterioso
que cuidó con tanto esmero
nuestros ratos juveniles,
nuestros tiempos compartidos,
nuestros besos y caricias
de aquel tiempo no lejano.
A su lado se encontraban unos restos
con las ramas y otros troncos
que sirvieron como asiento en tantas tardes,
con un musgo que les cubre,
con un halo de misterio,
con su verde y su fragancia.
Allí mismo lo pensamos
y tracé con mi navaja
ese nombre que perdura
en las letras mal tatuadas,
que ahora veo,
por el paso de ese tiempo,
temblorosas,
y me dicen que allí fue donde juramos la promesa,
donde unimos nuestras manos,
donde vi tu risa franca,
donde tuve entre mis labios a tus labios
en un beso interminable, bajo el roble,
con su herida en la corteza muy reciente,
con tu nombre sobre un frágil
corazón que nos miraba.
...Pero todo ya es pasado
y ahora sólo está ese roble,
ese tronco que se alza
con un triste corazón que apenas late,
con un nombre que adivino por las letras,
que es tu nombre.
...Y su abrazo lo recibo con cariño,
recordando aquella tarde,
en que tu nombre cobró vida
entre mis labios, en el roble con mi alma,
en su pecho y en mi sangre.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/01/10
se encontraba rotulado en aquel roble,
destacando de su tronco poderoso,
entre un dulce corazón muy arrugado.
La corteza revenida contenía
los silencios de momentos transcurridas
en las tardes del verano,
de las sombras de la noche
que cubrían a la luna
impidiendo que dejara su reflejo,
sobre el roble, sobre el tronco,
en un beso sin palabras a tu nombre.
Me acerqué hasta ese árbol tembloroso,
hasta el roble de la vida y de la muerte,
al testigo de momentos y minutos
transcurridos en la infancia,
al lugar donde nació la primavera,
otra tarde, ya hace mucho,
a pesar de nuestro intento
por parar esos minutos,
por hacer que los relojes
detuvieran su camino
y durmieran con nosotros
en un sueño sin principio y sin final
esperando la llegada del verano.
Y mis dedos recorrieron la corteza,
esa piel del viejo roble tan curtida,
ese tronco tan añejo,
esas ramas tan nerviosas
que agitaba el fiero viento del verano
percibiendo sus latidos,
recibiendo sus temblores,
encontrando la caricia tan perdida
y olvidada con el tiempo;
penetraron entre la savia de su vida,
de su sangre...
Y mis dedos te buscaron allá arriba,
en el viejo corazón que ya no late,
en las letras arqueadas de tu nombre,
en el sueño que allì yace
en los pliegues de este alma,
en el roble misterioso
que cuidó con tanto esmero
nuestros ratos juveniles,
nuestros tiempos compartidos,
nuestros besos y caricias
de aquel tiempo no lejano.
A su lado se encontraban unos restos
con las ramas y otros troncos
que sirvieron como asiento en tantas tardes,
con un musgo que les cubre,
con un halo de misterio,
con su verde y su fragancia.
Allí mismo lo pensamos
y tracé con mi navaja
ese nombre que perdura
en las letras mal tatuadas,
que ahora veo,
por el paso de ese tiempo,
temblorosas,
y me dicen que allí fue donde juramos la promesa,
donde unimos nuestras manos,
donde vi tu risa franca,
donde tuve entre mis labios a tus labios
en un beso interminable, bajo el roble,
con su herida en la corteza muy reciente,
con tu nombre sobre un frágil
corazón que nos miraba.
...Pero todo ya es pasado
y ahora sólo está ese roble,
ese tronco que se alza
con un triste corazón que apenas late,
con un nombre que adivino por las letras,
que es tu nombre.
...Y su abrazo lo recibo con cariño,
recordando aquella tarde,
en que tu nombre cobró vida
entre mis labios, en el roble con mi alma,
en su pecho y en mi sangre.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/01/10
Alguna vez tomé una foto de un árbol tatuado con la esencia de muchas parejas, puede ser que si algún día alguno de ellos lo volvió a ver tuviera ese recuerdo cuando su corazón estaba emocionado y su alma se unía a la del roble para afianzar ese sentimiento.
ResponderEliminarBuenas noches, un beso
Seguro que es así Amy y todos hemos visto a esos árboles marcados con nombres y símbolos desde niños.
EliminarUn beso y feliz miércoles.