domingo, 24 de enero de 2010

MADRUGO CON LA CASA SILENCIOSA

Madrugo, con la casa silenciosa,
y salgo de la misma sin ruído,
es pronto para ir hasta el trabajo
y marcho hacia los muelles con sigilo.

El suelo de los mismos tiene agua
producto de la escarcha y el rocío,
los barcos aún dormitan a su lado
ajenos a la pesca y los marinos.

El viento del nordeste, y su caricia,
nos hace estremecer como a los niños,
igual que la marea en su reflujo
que baja con su eterno escalofrío.

Las calles silenciosas me recuerdan
los tiempos del pasado ya vividos,
las voces que sonaban en la noche
llamando en los portales a vecinos.

El nombre del marino al que citaban
y aquel que contestaba muy dormido,
y el, ¡Ale! del muchacho respondiendo
después de haber dejado sus avisos.

Son tiempos del pasado que ahora vienen,
recuerdos de momentos y sonidos,
envueltos con el manto de la noche
volviendo cual si fueran espejismos.

Aun llevo esas escenas en el alma
grabadas sin cincel y sin cuchillo,
son notas de la vida y del pasado
saliendo del diario de mi libro.

Los días, las semanas y los años,
quedaron en sus versos recogidos,
igual que las plegarias y los rezos
los llantos y las risas que vivimos.

Y ahora que madrugo en la mañana
y voy hasta los muelles tan tranquilos,
me embarga una nostalgia improcedente,
haciendo que se alerten mis sentidos.

¡Ay tierno corazón!, ¿por qué madrugas?
espera en la alborada el tierno abrigo,
no mires al pasado y sus recuerdos,
y vive este presente tan bonito.

Recuerda que la vida continúa,
y marchas en la misma con tu atillo,
tu alma no precisa de equipaje,
tan sólo de ternura y de cariño.

Rafael Sánchez Ortega ©
24/01/10

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