Un libro que se cierra suavemente,
una hoja quizás inmaculada,
una gota de agua en el desierto
un proyecto de vida y esperanzas.
Es así como vemos nuestras cosas
y también como salen nuestras lágrimas,
al notar que los años van pasando,
y se van consumiendo las mañanas.
Sin embargo se olvida la tristeza
porque el tiempo prosigue y no se acaba,
es la sangre y semilla de tu sangre
la que toma el relevo de tu carga.
Muchos sueños rondaron la cabeza,
muchas notas venidas de mil arpas,
y también aquel tiempo y sus espacios
en que fuiste feliz sin saber nada.
Más ahora que asumes tu camino,
llevarás en tus hombros una carga,
la legada de abuelos y de padres
y que tú la recojes sin dudarla.
Es a ti, caminante vacilante,
a quien hoy le dirijo mis palabras,
no son versos ni letras de un poema,
es volcar lo que pasa por mi alma.
Y te digo que si, que nunca dudes,
que camines y lleves tu alianza,
a ese puerto bendito de los dioses
donde hombres y ancianos ya descansan.
Porque tú que has tomado ese relevo,
sentirás, como brisa bien templada,
ese beso que llega de los cielos,
para ir a los brazos que te aguardan.
Allí tienes los cientos de promesas,
y también una vida en sus entrañas,
para unir ese soplo y el aliento
y escuchar un gemido en la distancia.
Un gemido que llene de alegría
al hogar que te sirva como casa,
y te inunde de paz y de sosiego
al sentir esa sangre que te llama.
Hay un libro cerrado el día doce
y tus letras comienzan otra página,
la del libro sagrado de una vida
continuando la obra inacabada.
Rafael Sánchez Ortega ©
14/06/10
una hoja quizás inmaculada,
una gota de agua en el desierto
un proyecto de vida y esperanzas.
Es así como vemos nuestras cosas
y también como salen nuestras lágrimas,
al notar que los años van pasando,
y se van consumiendo las mañanas.
Sin embargo se olvida la tristeza
porque el tiempo prosigue y no se acaba,
es la sangre y semilla de tu sangre
la que toma el relevo de tu carga.
Muchos sueños rondaron la cabeza,
muchas notas venidas de mil arpas,
y también aquel tiempo y sus espacios
en que fuiste feliz sin saber nada.
Más ahora que asumes tu camino,
llevarás en tus hombros una carga,
la legada de abuelos y de padres
y que tú la recojes sin dudarla.
Es a ti, caminante vacilante,
a quien hoy le dirijo mis palabras,
no son versos ni letras de un poema,
es volcar lo que pasa por mi alma.
Y te digo que si, que nunca dudes,
que camines y lleves tu alianza,
a ese puerto bendito de los dioses
donde hombres y ancianos ya descansan.
Porque tú que has tomado ese relevo,
sentirás, como brisa bien templada,
ese beso que llega de los cielos,
para ir a los brazos que te aguardan.
Allí tienes los cientos de promesas,
y también una vida en sus entrañas,
para unir ese soplo y el aliento
y escuchar un gemido en la distancia.
Un gemido que llene de alegría
al hogar que te sirva como casa,
y te inunde de paz y de sosiego
al sentir esa sangre que te llama.
Hay un libro cerrado el día doce
y tus letras comienzan otra página,
la del libro sagrado de una vida
continuando la obra inacabada.
Rafael Sánchez Ortega ©
14/06/10
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