Amanecía
con nubes, en el cielo,
muy remolonas.
Llegaban olas,
también, adormiladas,
hasta la playa.
Y así, marchaba,
la noche con las sombras,
a otros lugares.
Te despertaba
el freno de los coches
en la calzada.
Y comprendías,
que el día y la jornada,
daban comienzo.
Te levantabas
y al rato te aseabas
para el café.
Luego a la calle.
La marcha hacía el trabajo
y un nuevo día.
Pura rutina,
pensaba tu cabeza
y sonreías.
En una esquina
la sombra de un mendigo,
te interceptó.
Y sin pensarlo,
le diste una limosna
y un ¡buenos días!
Amanecía.
Tu vida proseguía
un día más.
Rafael Sánchez Ortega ©
23/07/25
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