Me olvidé de olvidarte
y volví tras tus pasos,
tú eras joven y bella,
salerosa y con garbo.
Caminabas deprisa
y seguías andando,
pero así te alejabas
más allá del ocaso.
Y de pronto, rendido,
me sentí muy cansado,
me faltaban las fuerzas
y quería tu abrazo.
Pero tú proseguías
sin temor al cansancio,
paso a paso adelante
susurrando tu canto.
Me quedé pensativo
y también descansando,
con la brisa divina
de la sombra del árbol.
Tú adelante marchabas
sin temor ni recato,
y mirabas el cielo
y el azul del verano.
Pero el roble bendito
me mandó tu recado,
ese canto de ensueño
que dejaban tus labios.
Y corrí presuroso
por desiertos y prados,
persiguiendo tus huellas
y ese cuerpo serrano.
Y la brisa traía
tu perfume encantado,
el olor de lavanda
con las rosas y nardos.
Me olvidé de olvidarte
esperando el milagro,
de leer tu mirada
y tus ojos castaños.
De leer en tu alma
ese libro sagrado,
esas letras divinas
que ha trazado tu mano.
De sentir a tu pecho
bombear sin descanso,
esa sangre que corre
como un beso enjaulado.
Ese beso precioso
con mi beso temblando,
y ese suave susurro
que te diga: "Te amo".
Rafael Sánchez Ortega ©
15/03/10
y volví tras tus pasos,
tú eras joven y bella,
salerosa y con garbo.
Caminabas deprisa
y seguías andando,
pero así te alejabas
más allá del ocaso.
Y de pronto, rendido,
me sentí muy cansado,
me faltaban las fuerzas
y quería tu abrazo.
Pero tú proseguías
sin temor al cansancio,
paso a paso adelante
susurrando tu canto.
Me quedé pensativo
y también descansando,
con la brisa divina
de la sombra del árbol.
Tú adelante marchabas
sin temor ni recato,
y mirabas el cielo
y el azul del verano.
Pero el roble bendito
me mandó tu recado,
ese canto de ensueño
que dejaban tus labios.
Y corrí presuroso
por desiertos y prados,
persiguiendo tus huellas
y ese cuerpo serrano.
Y la brisa traía
tu perfume encantado,
el olor de lavanda
con las rosas y nardos.
Me olvidé de olvidarte
esperando el milagro,
de leer tu mirada
y tus ojos castaños.
De leer en tu alma
ese libro sagrado,
esas letras divinas
que ha trazado tu mano.
De sentir a tu pecho
bombear sin descanso,
esa sangre que corre
como un beso enjaulado.
Ese beso precioso
con mi beso temblando,
y ese suave susurro
que te diga: "Te amo".
Rafael Sánchez Ortega ©
15/03/10
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