Voy a dejar que salgan las palabras
y que duerman despacio entre mis labios,
quizás así se ahoguen las sonrisas
y mueran tantos sueños fracasados.
Los niños se ilusionan con sus juegos,
y ponen junto al árbol su zapato,
esperan esos signos de los cielos
en forma de juguete y de regalo.
La sabia de la nueva primavera
le pone colorido con descaro,
al joven tembloroso que, en su pecho,
le habla al corazón del ser amado.
El hombre y el anciano del otoño,
caminan por la vida con trabajo,
quizás tras esa huella vacilante
que marcha con el sol hacia el ocaso.
Es una solitaria fantasía
la voz enmudecida de este cuadro,
la vida congelada en el presente
viviendo los momentos del pasado.
Por eso pasan raudas las estrellas
dejando las estelas de su llanto,
las lágrimas furtivas que del cielo
nos dicen que adelante con su abrazo.
Susurran que no ahoguemos las palabras,
que existe un corazón allá, en lo alto,
escucha con paciencia nuestros ruegos
y toma con dulzura nuestra mano.
Los jóvenes no miden sus impulsos
y buscan el amor del labio ansiado,
entregan sus caricias y deseos
y marchan a sus casas suspirando.
Los niños y los hombres son iguales,
y viven esos sueños del verano,
los unos en la eterna primavera,
los otros del otoño ya pasado.
Por eso me debato entre mis versos
dejando entre los mismos lo que callo,
quizás entre las brumas y la niebla
se encuentren las respuestas de mis actos.
¡Ay tierno corazón!, llora en silencio,
no dudes en sacar lo que haga daño,
apura ya la copa de la vida
y duerme entre su lecho tan sagrado.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/03/10
y que duerman despacio entre mis labios,
quizás así se ahoguen las sonrisas
y mueran tantos sueños fracasados.
Los niños se ilusionan con sus juegos,
y ponen junto al árbol su zapato,
esperan esos signos de los cielos
en forma de juguete y de regalo.
La sabia de la nueva primavera
le pone colorido con descaro,
al joven tembloroso que, en su pecho,
le habla al corazón del ser amado.
El hombre y el anciano del otoño,
caminan por la vida con trabajo,
quizás tras esa huella vacilante
que marcha con el sol hacia el ocaso.
Es una solitaria fantasía
la voz enmudecida de este cuadro,
la vida congelada en el presente
viviendo los momentos del pasado.
Por eso pasan raudas las estrellas
dejando las estelas de su llanto,
las lágrimas furtivas que del cielo
nos dicen que adelante con su abrazo.
Susurran que no ahoguemos las palabras,
que existe un corazón allá, en lo alto,
escucha con paciencia nuestros ruegos
y toma con dulzura nuestra mano.
Los jóvenes no miden sus impulsos
y buscan el amor del labio ansiado,
entregan sus caricias y deseos
y marchan a sus casas suspirando.
Los niños y los hombres son iguales,
y viven esos sueños del verano,
los unos en la eterna primavera,
los otros del otoño ya pasado.
Por eso me debato entre mis versos
dejando entre los mismos lo que callo,
quizás entre las brumas y la niebla
se encuentren las respuestas de mis actos.
¡Ay tierno corazón!, llora en silencio,
no dudes en sacar lo que haga daño,
apura ya la copa de la vida
y duerme entre su lecho tan sagrado.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/03/10
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