Esa voz tan sagrada de los ríos
nos dejaba un susurro en los remansos,
nos dejaba la paz y la esperanza
para el hombre que vive río abajo.
Me senté sobre un banco en la ribera
y quedé largo rato contemplando
a las aguas saltando entre las rocas
y a las truchas tranquilas a su paso.
Describir todo aquello es imposible,
es la imagen cautiva de un retrato,
es la alegre y eterna sinfonía
que los dioses dejaron en un cuadro.
Porque hablar de las flores y las plantas,
de los robles, acebos y castaños,
describir al helecho y la genciana
es tarea sutil para un bordado.
Y bordados quedaron los recuerdos,
detenidos relojes y entreactos,
y hasta el sol tras las nubes, tuvo miedo,
y no quiso sus rayos trasladarnos.
Más la voz cadenciosa de los ríos
me invitó a dormir en su regazo,
a dejar apoyada la cabeza
y a sentir la caricia de sus cantos.
Y así fue aquel susurro interminable,
una nota arrancada del piano,
esa nota divina de las aguas
con las rocas luchando palmo a palmo.
Me elevé de la tierra en un segundo
a volar con el vuelo de los pájaros,
y trepé con la ardilla por el roble
y nadé con la trucha en el regato.
El licor de la tierna fantasía
me embriagó al beberlo en ese espacio,
y quedé pensativo y en silencio
escuchando aquel canto tan sagrado.
"...Es la voz tan sagrada de los ríos,
los que buscan el mar y su descanso,
es la paz que palpita de las aguas,
y el rumor, y el susurro, tan dorado..."
Rafael Sánchez Ortega ©
23/08/10
nos dejaba un susurro en los remansos,
nos dejaba la paz y la esperanza
para el hombre que vive río abajo.
Me senté sobre un banco en la ribera
y quedé largo rato contemplando
a las aguas saltando entre las rocas
y a las truchas tranquilas a su paso.
Describir todo aquello es imposible,
es la imagen cautiva de un retrato,
es la alegre y eterna sinfonía
que los dioses dejaron en un cuadro.
Porque hablar de las flores y las plantas,
de los robles, acebos y castaños,
describir al helecho y la genciana
es tarea sutil para un bordado.
Y bordados quedaron los recuerdos,
detenidos relojes y entreactos,
y hasta el sol tras las nubes, tuvo miedo,
y no quiso sus rayos trasladarnos.
Más la voz cadenciosa de los ríos
me invitó a dormir en su regazo,
a dejar apoyada la cabeza
y a sentir la caricia de sus cantos.
Y así fue aquel susurro interminable,
una nota arrancada del piano,
esa nota divina de las aguas
con las rocas luchando palmo a palmo.
Me elevé de la tierra en un segundo
a volar con el vuelo de los pájaros,
y trepé con la ardilla por el roble
y nadé con la trucha en el regato.
El licor de la tierna fantasía
me embriagó al beberlo en ese espacio,
y quedé pensativo y en silencio
escuchando aquel canto tan sagrado.
"...Es la voz tan sagrada de los ríos,
los que buscan el mar y su descanso,
es la paz que palpita de las aguas,
y el rumor, y el susurro, tan dorado..."
Rafael Sánchez Ortega ©
23/08/10
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