al polvoriento surco dejado a mis espaldas.
Allí quedaban todos los recuerdos,
los días, los segundos, la esperanza...
Pero miré de nuevo al frente,
al horizonte agreste que me aguarda,
a los caminos fríos y empinados,
a los pasos tan duros y montañas.
Allí tenía ahora mi destino,
allí la luz, quizás, y el sueño aguardan,
allí es posible que las flores crezcan
y quizás mis manos construirán su casa.
Vine sin rumbo y norte,
sin brújula alguna que guiara,
vine hacia ti tierra de sueños,
quizás llegué en tiempo de bonanza.
Pero llegué con fé en este destino,
tratando de olvidar cosas pasadas,
tratando de sentir brotar la vida,
y ver alzarse al trigo en lontananza.
Quizás rompí atrás mi vida,
quizás dejé allí mis lágrimas,
quizás en la empinada cuesta,
quedó mi alma destrozada.
Pero aquí estoy de nuevo con mis sueños,
en la última recta de su etapa,
en ese largo tan cruel y duro
para intentar mirar el alba.
Para llegar al fin hasta la aurora
y rezar la oración de la mañana,
para mirar al sol que se despierta
y contemplar su luz con mi mirada.
Pero los sueños son ese conjunto,
ese volcán ardiente con su lava,
esa explosión de júbilo sin nombre,
que llega, que nos besa y nos abraza.
Porque soñar, soñar, ¡todos soñamos!,
el hombre sueña y a la vez descansa,
el niño sueña mientras juega,
se pierde en castillos y batallas,
se marcha buscando a las estrellas
y sueña con la luna blanca.
La joven sueña pensando en el amante,
en aquel beso que paciente aguarda,
en ese pecho tan viril y fuerte,
y en esa mano que llegue hasta su cara.
Sequé el sudor y lancé un suspiro,
me dije que la vida continuaba,
que no valía detenerse tanto
y que había que reanudar la marcha.
¡Marchar, marchar, siempre adelante!,
marchar hacia el futuro y a la nada,
marchar a las rompientes de la costa,
para encontrar el lecho con las algas.
El lecho con espinos y corales,
el lecho con la túnica rosada,
el lecho de las sombras y el descanso,
allí donde los cuervos hacen guardia.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/08/10
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