Hay pescadores curtidos
en los mares y la tierra,
unos faenan en barca,
otros las redes arreglan.
Pero también hay marinos
de alpargata y de ribera,
los que buscan en el fango
la gusana y las almejas.
He vidido todo esto,
en mi casa, muy de cerca,
por ser hijo de un marino,
maquinista por más señas.
Navegaba con su barco,
siempre a punto y siempre alerta,
a los bancos y a las playas
a lograr llenar la cesta.
Unos días eran buenos,
otros menos por las fechas,
con el yodo y el salitre
penetrando por sus venas.
El regreso para el puerto,
era un acto de leyenda,
con el sol en el ocaso
y bajando la marea.
¡Qué espectáculo tan lindo,
qué emoción y qué belleza!,
a pesar de días tristes
por la falta de la pesca.
Aún recuerdo aquellas días,
los inviernos y tormentas,
temporales del oeste
con amagos de galerna.
Ir al mar era un suicidio,
la marisma era la presa,
y hacia allí se dirigían
los marinos de la aldea.
Con el frío en sus espaldas,
tiritanto y sin protesta,
caminaban sobre el fango
arrancándole sus piezas.
Las navajas, una a una,
se extraían de la arena,
las almejas con la azada
completaban esta escena.
Era un cuadro sugerente,
una estampa siempre tierna,
aquel ver a los marinos
cava y cava, por su cena.
Regresaban tiritando
y buscaban la taberna,
y entre el tinto y el clarete
consumían sus miserias.
Yo he vivido, siendo niño,
lo que dicen estas letras,
y he sentido en mis entrañas
lo que dice la sal muera.
Lo que dicen no son versos,
ni tampoco son poemas,
eran gritos a la vida,
de la gente marinera.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/11/10
en los mares y la tierra,
unos faenan en barca,
otros las redes arreglan.
Pero también hay marinos
de alpargata y de ribera,
los que buscan en el fango
la gusana y las almejas.
He vidido todo esto,
en mi casa, muy de cerca,
por ser hijo de un marino,
maquinista por más señas.
Navegaba con su barco,
siempre a punto y siempre alerta,
a los bancos y a las playas
a lograr llenar la cesta.
Unos días eran buenos,
otros menos por las fechas,
con el yodo y el salitre
penetrando por sus venas.
El regreso para el puerto,
era un acto de leyenda,
con el sol en el ocaso
y bajando la marea.
¡Qué espectáculo tan lindo,
qué emoción y qué belleza!,
a pesar de días tristes
por la falta de la pesca.
Aún recuerdo aquellas días,
los inviernos y tormentas,
temporales del oeste
con amagos de galerna.
Ir al mar era un suicidio,
la marisma era la presa,
y hacia allí se dirigían
los marinos de la aldea.
Con el frío en sus espaldas,
tiritanto y sin protesta,
caminaban sobre el fango
arrancándole sus piezas.
Las navajas, una a una,
se extraían de la arena,
las almejas con la azada
completaban esta escena.
Era un cuadro sugerente,
una estampa siempre tierna,
aquel ver a los marinos
cava y cava, por su cena.
Regresaban tiritando
y buscaban la taberna,
y entre el tinto y el clarete
consumían sus miserias.
Yo he vivido, siendo niño,
lo que dicen estas letras,
y he sentido en mis entrañas
lo que dice la sal muera.
Lo que dicen no son versos,
ni tampoco son poemas,
eran gritos a la vida,
de la gente marinera.
Rafael Sánchez Ortega ©
07/11/10
No hay comentarios:
Publicar un comentario