Es este mar, furioso, embravecido,
el que ruge, se estira y desmelena,
el que azota las costas sin descanso
y nos deja el salitre y sus leyendas.
Es este mar cantábrico que llora,
que lucha con los vientos y pelea,
y nada lo detiene por la playa
y arrasa desde el Sable hasta Bederna.
Quiero cantarte mar, mi mar bravío,
cantábrico sin par con tus galernas,
quiero llevar la furia de tus olas
para plasmarla en versos y poemas.
Me embriaga la pasión de este momento
con las olas seguidas que se estrellan
en el puntal y muro de la barra
y saltan por encima cual cometas.
Es una sensación inenarrable,
lo miras y te encoge la impotencia;
las olas llegan, saltan y se estiran,
igual que por los cielos las estrellas.
Más este espectador afortunado,
no lucha contra el mar en su trainera;
tampoco el marinero que nervioso
consume su colilla en La Barquera.
Tan sólo soy un simple barquereño,
el hijo de un marino de esta tierra,
mis venas, con la sangre y el salitre,
se inflaman, se estremecen y se alteran.
Y todo por tener tanta fortuna
de ser observador de esta belleza,
la lucha de mi mar, el mar cantábrico,
cargado de grandezas y tragedias.
¡Oh duro corazón del marinero!,
enséñanos tus redes y tu pesca,
coméntanos las noches tan gloriosas
pescando los bonitos de cacea.
Y háblanos de tantos otros días,
buscando la manjúa viva y fresca,
las tardes de besugos y lubinas
y aquellas de merluzas y fanecas...
Quizás te contemplemos extasiados
y vuelvan a nosotros las sirenas,
surgidas en los labios de los padres
en medio de la hoguera y de las velas.
La vieja sinfonía de los mares
me llega con el mar, que fuerte suena,
me abraza con su fuerza poderosa,
llevándome a dormir a la escollera.
Es este el mar cantábrico, ¡mi mar!,
el mar de mis ancestros, que golpea,
es el latido eterno de sus aguas,
en esa paz que ansío que me duerma.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/11/10
el que ruge, se estira y desmelena,
el que azota las costas sin descanso
y nos deja el salitre y sus leyendas.
Es este mar cantábrico que llora,
que lucha con los vientos y pelea,
y nada lo detiene por la playa
y arrasa desde el Sable hasta Bederna.
Quiero cantarte mar, mi mar bravío,
cantábrico sin par con tus galernas,
quiero llevar la furia de tus olas
para plasmarla en versos y poemas.
Me embriaga la pasión de este momento
con las olas seguidas que se estrellan
en el puntal y muro de la barra
y saltan por encima cual cometas.
Es una sensación inenarrable,
lo miras y te encoge la impotencia;
las olas llegan, saltan y se estiran,
igual que por los cielos las estrellas.
Más este espectador afortunado,
no lucha contra el mar en su trainera;
tampoco el marinero que nervioso
consume su colilla en La Barquera.
Tan sólo soy un simple barquereño,
el hijo de un marino de esta tierra,
mis venas, con la sangre y el salitre,
se inflaman, se estremecen y se alteran.
Y todo por tener tanta fortuna
de ser observador de esta belleza,
la lucha de mi mar, el mar cantábrico,
cargado de grandezas y tragedias.
¡Oh duro corazón del marinero!,
enséñanos tus redes y tu pesca,
coméntanos las noches tan gloriosas
pescando los bonitos de cacea.
Y háblanos de tantos otros días,
buscando la manjúa viva y fresca,
las tardes de besugos y lubinas
y aquellas de merluzas y fanecas...
Quizás te contemplemos extasiados
y vuelvan a nosotros las sirenas,
surgidas en los labios de los padres
en medio de la hoguera y de las velas.
La vieja sinfonía de los mares
me llega con el mar, que fuerte suena,
me abraza con su fuerza poderosa,
llevándome a dormir a la escollera.
Es este el mar cantábrico, ¡mi mar!,
el mar de mis ancestros, que golpea,
es el latido eterno de sus aguas,
en esa paz que ansío que me duerma.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/11/10
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