Es cierto que yo escribo a los mendigos,
a los pobres buscando en las basuras,
a los niños que juegan presurosos
y al anciano que vuelve de su ruta.
Pero escribo las cosas que se guardan,
las que ocultan sus almas con premura,
las que salen en gestos y expresiones
y también en silencios con mil dudas.
Si se escribe, se escribe de la vida,
aunque ésta sea dura y sin dulzura,
se describen los grises torbellinos
que aparecen con nieblas y con brumas.
Pero vuelvo a los seres indigentes,
los que buscan cariño y la ternura,
los que miran al cielo y le suplican,
ese trozo de tarde con su ayuda.
Más el cielo no sabe de oraciones,
es un manto de azules que se oculta
traspasando las noches y los días
con la luz y las sombras tan diurnas.
Esos seres musitan mil palabras,
y le hablan al sol y hasta la luna,
para ellos su sombra es compañera
a pesar de la nieve y de la lluvia.
Es posible que sean egoistas,
como todos los seres sin fortuna,
pero creo que es bueno lo que sienten
y que busquen la luz en su espesura.
En sus almas se esconden mil pecados,
los que arrastran quizás desde la cuna,
ellos son portadores de una herencia
adquirida sin cargas y sin culpa.
No pidieron nacer como mendigos,
ni tampoco ser simples criaturas,
que se queden mirando a las estrellas
y esperando la brisa que los cubra.
Sólo quieren lo mismo que nosotros,
el cariño, el amor y la hermosura,
rebañar los minutos de la vida
y ese pan y la paz, que es lo que buscan.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/11/10
a los pobres buscando en las basuras,
a los niños que juegan presurosos
y al anciano que vuelve de su ruta.
Pero escribo las cosas que se guardan,
las que ocultan sus almas con premura,
las que salen en gestos y expresiones
y también en silencios con mil dudas.
Si se escribe, se escribe de la vida,
aunque ésta sea dura y sin dulzura,
se describen los grises torbellinos
que aparecen con nieblas y con brumas.
Pero vuelvo a los seres indigentes,
los que buscan cariño y la ternura,
los que miran al cielo y le suplican,
ese trozo de tarde con su ayuda.
Más el cielo no sabe de oraciones,
es un manto de azules que se oculta
traspasando las noches y los días
con la luz y las sombras tan diurnas.
Esos seres musitan mil palabras,
y le hablan al sol y hasta la luna,
para ellos su sombra es compañera
a pesar de la nieve y de la lluvia.
Es posible que sean egoistas,
como todos los seres sin fortuna,
pero creo que es bueno lo que sienten
y que busquen la luz en su espesura.
En sus almas se esconden mil pecados,
los que arrastran quizás desde la cuna,
ellos son portadores de una herencia
adquirida sin cargas y sin culpa.
No pidieron nacer como mendigos,
ni tampoco ser simples criaturas,
que se queden mirando a las estrellas
y esperando la brisa que los cubra.
Sólo quieren lo mismo que nosotros,
el cariño, el amor y la hermosura,
rebañar los minutos de la vida
y ese pan y la paz, que es lo que buscan.
Rafael Sánchez Ortega ©
22/11/10
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