Los hombres que escribieron la leyenda
hicieron con su nombre un epitafio,
labraron esas páginas sagradas
que vencen a los días y a los años.
Quedaron simplemente bajo tierra
los cuerpos de los hombres sepultados,
quedaron a su lado los recuerdos,
momentos de resaca y maretazos.
Las cruces desafían a las nubes
y buscan en las mismas los chubascos,
aquellos precursores de galernas,
de viento y temporal en el cantábrico.
Es una soledad que sobrecoge,
avanza poco a poco y muy despacio,
se junta con el yodo y el salitre
igual que en las sentinas de los barcos.
Parece que la tarde está tranquila,
las olas llegan mansas hasta el cabo,
y rompen en la costa su bravura
dejando su energía en los peñascos.
Las olas de los mares caprichosas
se mueven por el mar verde azulado,
y vienen con su carga de leyendas
oídos desde tiempos muy lejanos.
Murmuran que una tarde una barquilla
llegó con su velamen destrozado,
en ella navegaba una figura,
la Virgen con el Niño entre sus brazos.
Venía con las velas muy maltrechas,
sin remos, ni timón, jarcias colgando,
tan solo destacaba la sonrisa
del Niño con la Virgen y sus párpados.
Llegaban a dormir a La Barquera,
allí junto a la encina de los páramos,
venían a quedarse para siempre
y ser Nuestra Patrona en el espacio.
Los hombres la cantaron una Salve
y luego trabajaron sin descanso,
alzaron con sus manos La Capilla
y juntos la rezaron un Rosario.
Por eso, aquellos hombres de leyenda,
grabaron bien su nombre es ese mármol,
la piedra del recuerdo y de la historia
que ellos, sin saberlo, nos legaron.
"...Los hombres que escribieron la leyenda,
vivieron sin saber qué era un aplauso,
a ellos van mis letras esta noche,
con algas barquereñas de regalo..."
Rafael Sánchez Ortega ©
08/11/10
hicieron con su nombre un epitafio,
labraron esas páginas sagradas
que vencen a los días y a los años.
Quedaron simplemente bajo tierra
los cuerpos de los hombres sepultados,
quedaron a su lado los recuerdos,
momentos de resaca y maretazos.
Las cruces desafían a las nubes
y buscan en las mismas los chubascos,
aquellos precursores de galernas,
de viento y temporal en el cantábrico.
Es una soledad que sobrecoge,
avanza poco a poco y muy despacio,
se junta con el yodo y el salitre
igual que en las sentinas de los barcos.
Parece que la tarde está tranquila,
las olas llegan mansas hasta el cabo,
y rompen en la costa su bravura
dejando su energía en los peñascos.
Las olas de los mares caprichosas
se mueven por el mar verde azulado,
y vienen con su carga de leyendas
oídos desde tiempos muy lejanos.
Murmuran que una tarde una barquilla
llegó con su velamen destrozado,
en ella navegaba una figura,
la Virgen con el Niño entre sus brazos.
Venía con las velas muy maltrechas,
sin remos, ni timón, jarcias colgando,
tan solo destacaba la sonrisa
del Niño con la Virgen y sus párpados.
Llegaban a dormir a La Barquera,
allí junto a la encina de los páramos,
venían a quedarse para siempre
y ser Nuestra Patrona en el espacio.
Los hombres la cantaron una Salve
y luego trabajaron sin descanso,
alzaron con sus manos La Capilla
y juntos la rezaron un Rosario.
Por eso, aquellos hombres de leyenda,
grabaron bien su nombre es ese mármol,
la piedra del recuerdo y de la historia
que ellos, sin saberlo, nos legaron.
"...Los hombres que escribieron la leyenda,
vivieron sin saber qué era un aplauso,
a ellos van mis letras esta noche,
con algas barquereñas de regalo..."
Rafael Sánchez Ortega ©
08/11/10
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