Estaba en el otoño de su vida
sacando verso a verso sus poemas,
las hojas le caían en las manos
y ellas daban vida con sus letras.
Sabía que su tiempo se acababa,
que el tren de la partida estaba cerca,
y en él se marcharía hacia lo eterno,
a un mundo sin distancias ni fronteras.
A un mundo de quietud y de templanza,
allí donde la brisa no se inquieta,
ni surgen resquemores ni pasiones,
ni late el corazón con tanta fuerza.
Pero ahora que el adiós ya se acercaba
podía describir, como un poeta,
las horas y minutos transcurridos,
buscando entre la niebla a su princesa.
Podía deletrear cada palabra
salida de la sangre de sus venas,
lo mismo que el latido de su pecho,
de noche, saludando a las estrellas.
Podía confesar, sin ser pecado,
haberse enamorado, sin reservas,
de un cuerpo juvenil, lindo y amable,
surgido entre las brumas y la niebla.
No importa si dijeron hace tiempo
que el cáliz de ese amor no te interesa,
ni importa si pensaron y acusaron
tachando de traición, sin tener pruebas.
Ahora, en el momento de partida
veía la botella medio llena,
veía los suspiros de aquel hombre
llorando por amor en una entrega.
Él nada le pidió, no era correcto,
quería solo amar sin nada en prenda,
quería las miradas sin palabras
y el libro y corazón tras de esas cejas.
Más todo son recuerdos simplemente,
adagios de un poema que comienza,
los sones repetidos de una música
que surge de la pluma a la libreta.
"...Estaba en el otoño de su vida
segando y hacinando su cosecha,
las hojas con sus risas y sus lágrimas,
irían en el viaje en su maleta..."
Rafael Sánchez Ortega ©
17/05/11
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