Yo vi la luz,
lejana, de sus ojos
en plena noche.
Era la luna
saliendo a hacer su ronda
con las estrellas.
Algo buscaban,
sin prisa, tus pupilas
encantadoras.
Y comprendí
que el beso de la noche
iba en tus labios.
Y que tus manos,
sin duda, angelicales,
daban caricias.
Y hasta tu voz,
que hablaba, sin palabras,
dejaban calma.
Por eso quise
robarte unos instantes
y fui hasta ti.
Mi corazón
latía, acelerado
y desbocado.
Tenía miedo
y tú, con tus dos brazos,
me recogiste.
"Duerme mi niño",
dijiste en un susurro,
y fui feliz.
En tu regazo,
mis ojos se cerraron
y al fin soñé.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/09/25
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