Anoche te dormiste en el silencio
cerrando las ventanas de tu alma,
tus ojos seductores se apagaron
y en ellos esa luz de tu mirada.
Así que me quedé con las estrellas,
y en esa fantasía de guirnaldas,
la noche estaba oscura y florecida
con miles de velitas asomadas.
No sé lo que soñabas en el lecho,
quizás con la caricia de las algas,
o puede que en los labios temblorosos
llenándote de besos por la cara.
Te dije en el silencio tantas cosas,
y puede que te hablara sin palabras,
mis manos revolviendo tu cabello,
mis dedos esa seda de tu espalda.
Un canto que llegaba a mis oídos
me dijo que cantaba la cigarra,
en esa melodía de la noche
que arroba a las lechuzas con su nana.
De pronto despertaron las sirenas
viniendo con sus liras a la playa,
y el canto recogido de las olas
traían en las cuerdas de su arpa.
Y tú que estabas quieta, en una nube,
ajena a todo esto que pasaba,
dormías con tus sueños de colores,
sintiendo el dulce gusto de la nada.
Llamaron a la puerta las gaviotas,
rozaron tus pestañas con sus alas,
sacándote del pecho ese suspiro,
el tierno balbuceo que dejabas.
Y entonces tus palabras fueron vida,
cual brisa que llegaba con la calma,
y vino a rescatarme de la celda
aquella en que mi vida se encontraba.
Anoche te dormiste en el silencio
en medio de los bosques de las hadas,
los robles te cubrieron con su manto
igual que las encinas y las hayas.
Así que fui testigo de ese sueño,
y pude comprender cuánto te amaba,
mis ojos soñolientos se cerraron
y sólo despertaron con el alba.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/02/10
cerrando las ventanas de tu alma,
tus ojos seductores se apagaron
y en ellos esa luz de tu mirada.
Así que me quedé con las estrellas,
y en esa fantasía de guirnaldas,
la noche estaba oscura y florecida
con miles de velitas asomadas.
No sé lo que soñabas en el lecho,
quizás con la caricia de las algas,
o puede que en los labios temblorosos
llenándote de besos por la cara.
Te dije en el silencio tantas cosas,
y puede que te hablara sin palabras,
mis manos revolviendo tu cabello,
mis dedos esa seda de tu espalda.
Un canto que llegaba a mis oídos
me dijo que cantaba la cigarra,
en esa melodía de la noche
que arroba a las lechuzas con su nana.
De pronto despertaron las sirenas
viniendo con sus liras a la playa,
y el canto recogido de las olas
traían en las cuerdas de su arpa.
Y tú que estabas quieta, en una nube,
ajena a todo esto que pasaba,
dormías con tus sueños de colores,
sintiendo el dulce gusto de la nada.
Llamaron a la puerta las gaviotas,
rozaron tus pestañas con sus alas,
sacándote del pecho ese suspiro,
el tierno balbuceo que dejabas.
Y entonces tus palabras fueron vida,
cual brisa que llegaba con la calma,
y vino a rescatarme de la celda
aquella en que mi vida se encontraba.
Anoche te dormiste en el silencio
en medio de los bosques de las hadas,
los robles te cubrieron con su manto
igual que las encinas y las hayas.
Así que fui testigo de ese sueño,
y pude comprender cuánto te amaba,
mis ojos soñolientos se cerraron
y sólo despertaron con el alba.
Rafael Sánchez Ortega ©
06/02/10
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