Me puse a contar estrellas
mientras mis sueños dormían,
hacía frío en la noche,
y era muy larga la lista.
Y cuando ya muy cansado
cerró mis ojos la brisa,
quedé dormido, en silencio,
mientras el alba venía.
Recuerdo bien esa noche,
aquella estampa sencilla,
con los suspiros del cielo
y las estrellas tan lindas.
Pero recuerdo mas cosas,
otras que eran distintas,
una figura a mi lado,
un corazón que latía.
Una mirada profunda,
una ardorosa pupila,
el beso fiel de unos labios
y aquella dulce caricia.
Me puse a contar estrellas
y me dejaron prendidas,
hablaban quedo en la noche
y se contaban mil cuitas.
Así aprendí sus secretos,
esos que ocultan al día,
los que recogen de gentes
que por la vida caminan.
Había estrellas mayores
y había estrellas muy niñas,
todas hablaban al tiempo,
todas a hablarme salían.
Pero recuerdo a una de ellas
con una trenza prendida,
marchaba sola en el cielo
hacia lejanas campiñas.
Era una estrella preciosa,
una fugaz fantasía,
era un susurro del cielo
que hasta mis ojos venía.
Me puse a contar estrellas
en una cuenta perdida,
por eso cerré los ojos
para dormir enseguida.
Para dormir a su lado,
para sentir su sonrisa,
para acallar los latidos
del corazón que palpita.
Entonces quedé dormido
noté que el alma quería,
que ansiaba volar muy alto
a las estrellas de arriba.
A los luceros del cielo
para besar sus mejillas,
para escuchar los susurros
y sus murmullos y risas.
Y se cerraron mis ojos,
quedó mi alma tranquila,
tu mano quedó en mi mano
con las estrellas dormidas.
Rafael Sánchez Ortega ©
27/02/10
mientras mis sueños dormían,
hacía frío en la noche,
y era muy larga la lista.
Y cuando ya muy cansado
cerró mis ojos la brisa,
quedé dormido, en silencio,
mientras el alba venía.
Recuerdo bien esa noche,
aquella estampa sencilla,
con los suspiros del cielo
y las estrellas tan lindas.
Pero recuerdo mas cosas,
otras que eran distintas,
una figura a mi lado,
un corazón que latía.
Una mirada profunda,
una ardorosa pupila,
el beso fiel de unos labios
y aquella dulce caricia.
Me puse a contar estrellas
y me dejaron prendidas,
hablaban quedo en la noche
y se contaban mil cuitas.
Así aprendí sus secretos,
esos que ocultan al día,
los que recogen de gentes
que por la vida caminan.
Había estrellas mayores
y había estrellas muy niñas,
todas hablaban al tiempo,
todas a hablarme salían.
Pero recuerdo a una de ellas
con una trenza prendida,
marchaba sola en el cielo
hacia lejanas campiñas.
Era una estrella preciosa,
una fugaz fantasía,
era un susurro del cielo
que hasta mis ojos venía.
Me puse a contar estrellas
en una cuenta perdida,
por eso cerré los ojos
para dormir enseguida.
Para dormir a su lado,
para sentir su sonrisa,
para acallar los latidos
del corazón que palpita.
Entonces quedé dormido
noté que el alma quería,
que ansiaba volar muy alto
a las estrellas de arriba.
A los luceros del cielo
para besar sus mejillas,
para escuchar los susurros
y sus murmullos y risas.
Y se cerraron mis ojos,
quedó mi alma tranquila,
tu mano quedó en mi mano
con las estrellas dormidas.
Rafael Sánchez Ortega ©
27/02/10
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