He dejado en silencio a la pluma
y que nazcan los versos del alma,
a que digan, aquí, lo que siento,
aunque sea, tal vez, sin palabras.
No quisiera que llegue la noche
sin hablar de las bellas montañas,
con sus cumbres altivas y recias,
y la nieve tan dulce y tan blanca.
No quisiera que venga el otoño
olvidando este cuadro y su estampa,
el estío también se merece
la atención que precisa y reclama.
Es aquí cuando el alma se inquieta
al vibrar tras la tierna mirada,
unos ojos que piden y buscan,
solamente el amor que les falta.
Es posible mirar a lo lejos
a la iglesia que se alza lejana,
y observar, a su vez, la campiña,
con el trigo, el olivo y la jara.
Pero falta el regalo del hombre,
el que nace al oir la campana,
la que suena en su pecho de niño
hacia el ser que sin pausa le ama.
Mariposas de lindos colores
libarán en las rosas tempranas,
ese néctar que deja el rocío,
y las gotas de lluvia tan claras.
Todo es paz en el alma del hombre,
el que mira temblando y se calla,
porque lleva la vida en su sangre,
cual marea que llega y se marcha.
Es la paz del estío que duerme
al compás de la eterna resaca,
sin pensar en la arena que espera
con su manto dorado en la playa.
Pasarán estos días distintos,
marcharán con el tiempo y el alba,
pero el alma que vive el momento
quedará para siempre marcada.
Rafael Sánchez Ortega ©
Percha 07/09/10
y que nazcan los versos del alma,
a que digan, aquí, lo que siento,
aunque sea, tal vez, sin palabras.
No quisiera que llegue la noche
sin hablar de las bellas montañas,
con sus cumbres altivas y recias,
y la nieve tan dulce y tan blanca.
No quisiera que venga el otoño
olvidando este cuadro y su estampa,
el estío también se merece
la atención que precisa y reclama.
Es aquí cuando el alma se inquieta
al vibrar tras la tierna mirada,
unos ojos que piden y buscan,
solamente el amor que les falta.
Es posible mirar a lo lejos
a la iglesia que se alza lejana,
y observar, a su vez, la campiña,
con el trigo, el olivo y la jara.
Pero falta el regalo del hombre,
el que nace al oir la campana,
la que suena en su pecho de niño
hacia el ser que sin pausa le ama.
Mariposas de lindos colores
libarán en las rosas tempranas,
ese néctar que deja el rocío,
y las gotas de lluvia tan claras.
Todo es paz en el alma del hombre,
el que mira temblando y se calla,
porque lleva la vida en su sangre,
cual marea que llega y se marcha.
Es la paz del estío que duerme
al compás de la eterna resaca,
sin pensar en la arena que espera
con su manto dorado en la playa.
Pasarán estos días distintos,
marcharán con el tiempo y el alba,
pero el alma que vive el momento
quedará para siempre marcada.
Rafael Sánchez Ortega ©
Percha 07/09/10
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