Me quedé solitario y en silencio,
esperando tu voz y tu palabra,
pero nada llegó hasta mis oídos
salvo el viento besándome la cara.
Era el viento de otoño simplemente,
ese ser invisible que llegaba,
y movía las hojas de los árboles
en un baile de música y de ramas.
Más el viento de otoño no traía
esa voz tan ansiosa que esperaba,
y dejaba mi pecho malherido
entre el fuego sagrado de las llamas.
Una hoguera consume los segundos,
los minutos que corren y que pasan,
y el volcán de pasiones cobra vida
y se altera y rebosa con su lava.
Me quedé contemplando el horizonte
en la tarde de otoño soleada,
una nota con tintes de tristeza
invadió con sus sones a mi alma.
No llegaba la voz que yo quería,
ni tampoco ese eco de esperanzas,
el rumor tan ansiado de las olas,
de los Elfos, los Gnomos y las Hadas.
Yo quería mi mundo incomprensible,
y en el mismo la voz que tanto ansiaba,
esa brisa que llega y estremece,
el nordeste de playas y resacas.
Pero no, el silencio era completo,
el vacío me cubre con sus garras,
y me muero mirando el infinito
en la espera que lleva hacia la nada.
Me quedé contemplando hacia el vacío
y sentí en mis ojos unas lágrimas,
pues sabía que nada llegaría
en la espera tan larga y solitaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
21/09/10
esperando tu voz y tu palabra,
pero nada llegó hasta mis oídos
salvo el viento besándome la cara.
Era el viento de otoño simplemente,
ese ser invisible que llegaba,
y movía las hojas de los árboles
en un baile de música y de ramas.
Más el viento de otoño no traía
esa voz tan ansiosa que esperaba,
y dejaba mi pecho malherido
entre el fuego sagrado de las llamas.
Una hoguera consume los segundos,
los minutos que corren y que pasan,
y el volcán de pasiones cobra vida
y se altera y rebosa con su lava.
Me quedé contemplando el horizonte
en la tarde de otoño soleada,
una nota con tintes de tristeza
invadió con sus sones a mi alma.
No llegaba la voz que yo quería,
ni tampoco ese eco de esperanzas,
el rumor tan ansiado de las olas,
de los Elfos, los Gnomos y las Hadas.
Yo quería mi mundo incomprensible,
y en el mismo la voz que tanto ansiaba,
esa brisa que llega y estremece,
el nordeste de playas y resacas.
Pero no, el silencio era completo,
el vacío me cubre con sus garras,
y me muero mirando el infinito
en la espera que lleva hacia la nada.
Me quedé contemplando hacia el vacío
y sentí en mis ojos unas lágrimas,
pues sabía que nada llegaría
en la espera tan larga y solitaria.
Rafael Sánchez Ortega ©
21/09/10
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