Veo ríos cantarines
entre robles y las hayas,
que van cruzando los montes
sin controlar a las aguas.
Aguas de lluvia y del cielo
que doblaron a las ramas
y saciaron a una tierra,
muy sedienta y precisada.
Es la lluvia del otoño
tan salvaje y necesaria,
que desluce los colores
de los bosques con su magia.
Está el cielo encapotado
con un manto de nostalgia
y las nubes se han dormido
y prosiguen su descarga.
Es el agua que recogen
de unos ojos y sus lágrimas,
que despiertan en los cielos
y que lloran por mil causas.
Llora el cielo y se conmueve
el poeta con las hadas,
que trasmite en unos versos
lo que nace de su alma.
Él ve el río como un niño,
juguetón, en la distancia,
y hasta sueña con su espuma
y blancura que derrama.
Una música, sin nombre,
saca el agua de su entraña
y la ofrece a este poeta
tan sediento de su infancia.
Rafael Sánchez Ortega ©
25/11/24
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