Se marchitaron
las flores que plantamos
en el verano.
Era evidente
que el tiempo y la distancia
hicieran esto.
No fue por falta
de lluvia de los cielos
ni por mis lágrimas.
Pedí a las nubes
las gotas necesarias
para salvarlas.
Y de mis ojos
calleron hasta el suelo
llantos ahogados.
Pero los besos
los sueños y promesas
quedaban lejos.
Eran relatos,
pequeños girasoles
entre azucenas.
Mas al jardín,
precioso, que creamos,
llegó el otoño.
Se evaporó
la magia y el encanto
que lo cubría.
Hoy, una alfombra
de flores, marchitadas,
es su recuerdo.
(Deben dormir,
las rosas, azucenas
y girasoles)
¡Dormir, morir...!
Rafael Sánchez Ortega ©
21/08/25
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