Del puerto y del invierno tan temido,
ya vienen por el campo los vaqueros,
caminan con albarcas y escarpines
y ropas maltratadas por el tiempo.
Zagalas les esperan en el porche,
las manos recogidas sobre el pecho,
hay notas de ilusión y de esperanza
con cantos que desgranan los jilgueros.
La fuente cantarina de la plaza
se suma a los saludos y festejos,
el agua corre limpia y presurosa
llenando por completo el bebedero.
Las vacas se detienen un instante
y beben ese líquido tan fresco,
los hombres las contemplan mientras charlan
pensando en los rigores del invierno.
Recuerdan el otoño ya pasado,
la dulce sinfonía de los fresnos,
el aire acariciando las montañas
los ríos tan vacíos y resecos.
Recuerdan esas horas y los días,
las noches memorables junto al fuego,
el tierno tintineo del campano,
la vaca amamantando su becerro.
Hay cuadros que se graban en el alma,
imágenes que van a los cuadernos,
hay fiebre entre la gente de los campos
que surge de la gleba y los alberos.
He visto que poetas y escritores
trataron de acercarse a este momento,
más pocos consiguieron su objetivo
y menos los captaron en sus versos.
Se nace entre la tierra y la montaña,
teniendo que aprender el pastoreo,
llevar los animales a los prados,
volverlos a la hora del ordeño.
Segar la verde hierba en primavera,
dejando en el verano muy rellenos,
los silos de la aldea con las pacas,
las cuadras y pajares de alimentos.
Es esa la comida del ganado,
los niños ya lo aprenden de pequeños,
por eso van al puerto sin protesta
y olvidan las escuelas y colegios.
...Ahora, cuando veo que regresan,
los mozos tan curtidos y morenos,
percibo su mirada luminosa
y el eco de sus pasos tan eternos.
Ya vuelven los vaqueros a sus casas,
la cuna en que nacieron sus ancestros,
las cuadras de las vacas y ganados,
las mismas que labraron los canteros.
Rafael Sánchez Ortega ©
09/04/10
ya vienen por el campo los vaqueros,
caminan con albarcas y escarpines
y ropas maltratadas por el tiempo.
Zagalas les esperan en el porche,
las manos recogidas sobre el pecho,
hay notas de ilusión y de esperanza
con cantos que desgranan los jilgueros.
La fuente cantarina de la plaza
se suma a los saludos y festejos,
el agua corre limpia y presurosa
llenando por completo el bebedero.
Las vacas se detienen un instante
y beben ese líquido tan fresco,
los hombres las contemplan mientras charlan
pensando en los rigores del invierno.
Recuerdan el otoño ya pasado,
la dulce sinfonía de los fresnos,
el aire acariciando las montañas
los ríos tan vacíos y resecos.
Recuerdan esas horas y los días,
las noches memorables junto al fuego,
el tierno tintineo del campano,
la vaca amamantando su becerro.
Hay cuadros que se graban en el alma,
imágenes que van a los cuadernos,
hay fiebre entre la gente de los campos
que surge de la gleba y los alberos.
He visto que poetas y escritores
trataron de acercarse a este momento,
más pocos consiguieron su objetivo
y menos los captaron en sus versos.
Se nace entre la tierra y la montaña,
teniendo que aprender el pastoreo,
llevar los animales a los prados,
volverlos a la hora del ordeño.
Segar la verde hierba en primavera,
dejando en el verano muy rellenos,
los silos de la aldea con las pacas,
las cuadras y pajares de alimentos.
Es esa la comida del ganado,
los niños ya lo aprenden de pequeños,
por eso van al puerto sin protesta
y olvidan las escuelas y colegios.
...Ahora, cuando veo que regresan,
los mozos tan curtidos y morenos,
percibo su mirada luminosa
y el eco de sus pasos tan eternos.
Ya vuelven los vaqueros a sus casas,
la cuna en que nacieron sus ancestros,
las cuadras de las vacas y ganados,
las mismas que labraron los canteros.
Rafael Sánchez Ortega ©
09/04/10
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