Se apagan las luces
del viejo castillo,
la música suena
se beben los vinos,
se baila se ríe,
se dan dos pasitos,
los labios se juntan
y dan un silbido.
Allí, junto al lago
cantaban los grillos,
quizás murmuraban
estando dormidos,
quizás las alondras
cuidaban sus nidos,
espera que espera
que nazca el pollito.
Un hombre muy joven,
quizás un marino,
pasea despacio
fumando un pitillo,
sus pasos lo llevan
a un viejo navío,
sin velas ni jarcias
del muelle dormido.
Allí se detiene,
respira tranquilo,
la brisa lo besa,
lo trata con mimo,
sus sienes de plata
ya lucen con brillo,
los baña la luna
de luz de platino.
Atrás, en su casa,
quedaron los niños,
la esposa abnegada
soñando caminos,
pidiendo que vuelva
del mar al que ha ido,
el hombre abnegado,
paciente y sencillo.
El faro en la costa
alumbra muy fino,
la barra del puerto
con rayo ladino,
espera que salga
la barca con rítmo,
la recia trainera
sin miedo al peligro.
Ya quedan dos largos
del mar tan temido,
se aprietan los dientes,
se ocultan los gritos,
se reza en silencio
a la Virgen y El Niño,
es una costumbre,
quizás un cumplido.
Se quitan la boina,
revuelven anillos,
sus rezos se elevan
al cielo infinito,
se sientan mas tarde,
remando con brío,
ya van a los mares
los rudos marinos.
Aquí en San Vicente
confluyen dos ríos,
dos almas que llegan
de tiempos distintos,
el mar las espera,
comparten sus ritos,
sirena y salitre
con puentes altivos.
Allá en la distancia,
el mar tan temido,
entona canciones
y da sus chasquidos
espera a los hombres
que van a su sino
con recio uniforme
de azules vestidos.
...Se apagan las luces
del viejo Castillo,
se encienden las almas
y doy un suspiro,
aquí en La Barquera
me encuentro escondido,
rezando a la Virgen,
trazando este escrito.
La Salve me sale
del pecho contrito,
y pido por ellos,
los bravos marinos,
la esposa que duerme,
los niños chiquitos,
por tantos y tantos
que son mis vecinos.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/04/10
del viejo castillo,
la música suena
se beben los vinos,
se baila se ríe,
se dan dos pasitos,
los labios se juntan
y dan un silbido.
Allí, junto al lago
cantaban los grillos,
quizás murmuraban
estando dormidos,
quizás las alondras
cuidaban sus nidos,
espera que espera
que nazca el pollito.
Un hombre muy joven,
quizás un marino,
pasea despacio
fumando un pitillo,
sus pasos lo llevan
a un viejo navío,
sin velas ni jarcias
del muelle dormido.
Allí se detiene,
respira tranquilo,
la brisa lo besa,
lo trata con mimo,
sus sienes de plata
ya lucen con brillo,
los baña la luna
de luz de platino.
Atrás, en su casa,
quedaron los niños,
la esposa abnegada
soñando caminos,
pidiendo que vuelva
del mar al que ha ido,
el hombre abnegado,
paciente y sencillo.
El faro en la costa
alumbra muy fino,
la barra del puerto
con rayo ladino,
espera que salga
la barca con rítmo,
la recia trainera
sin miedo al peligro.
Ya quedan dos largos
del mar tan temido,
se aprietan los dientes,
se ocultan los gritos,
se reza en silencio
a la Virgen y El Niño,
es una costumbre,
quizás un cumplido.
Se quitan la boina,
revuelven anillos,
sus rezos se elevan
al cielo infinito,
se sientan mas tarde,
remando con brío,
ya van a los mares
los rudos marinos.
Aquí en San Vicente
confluyen dos ríos,
dos almas que llegan
de tiempos distintos,
el mar las espera,
comparten sus ritos,
sirena y salitre
con puentes altivos.
Allá en la distancia,
el mar tan temido,
entona canciones
y da sus chasquidos
espera a los hombres
que van a su sino
con recio uniforme
de azules vestidos.
...Se apagan las luces
del viejo Castillo,
se encienden las almas
y doy un suspiro,
aquí en La Barquera
me encuentro escondido,
rezando a la Virgen,
trazando este escrito.
La Salve me sale
del pecho contrito,
y pido por ellos,
los bravos marinos,
la esposa que duerme,
los niños chiquitos,
por tantos y tantos
que son mis vecinos.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/04/10
No hay comentarios:
Publicar un comentario