No es posible seguir a las estrellas
cuando van a cambiarse su vestido,
ni tampoco a la luna cuando marcha
hacia el lecho y el alba tras su brillo.
Nos quedamos entonces silenciosos
contemplando la ausencia y el vacío,
y sentimos latir al firmamento
y también las canciones de los grillos.
Hay embrujos que marchan con la noche
y se nublan de sueño los sentidos,
esperando la mano con la antorcha
y la luz que ilumine los caminos.
Se marcharon la luna y las estrellas,
nos dejaron temblando y no de frío,
nuestras manos se alzaron a los cielos
a buscar esa luz del infinito.
Pero hallamos tan solo las tinieblas,
ese velo tan gris y ennegrecido,
ese duro silencio por respuesta
y la ausencia de dioses y testigos.
No hay palabras ni ecos en la noche,
hay carencia de sangre y de latidos,
nuestros cuerpos curtidos se estremecen
como hojas abiertas de los libros.
Sin embargo buscamos las estrellas,
como buscan limosna los mendigos,
precisamos la luna que se marcha
y a ese beso en el lago recibido.
Hay nostalgia de abrazos y caricias,
de momentos pasados y suspiros,
con recuerdos que vuelven a nosotros
añorando la paz de los sentidos.
Pero el viaje que hacen las estrellas,
y la luna persigue con sigilo,
no se para por nada ni por nadie
y prosigue su rumbo definido.
Y así vemos sin ver a las estrellas,
y a la luna también en su retiro,
con el alma que sueña temblorosa,
en el pecho tan tierno de los niños.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/04/10
cuando van a cambiarse su vestido,
ni tampoco a la luna cuando marcha
hacia el lecho y el alba tras su brillo.
Nos quedamos entonces silenciosos
contemplando la ausencia y el vacío,
y sentimos latir al firmamento
y también las canciones de los grillos.
Hay embrujos que marchan con la noche
y se nublan de sueño los sentidos,
esperando la mano con la antorcha
y la luz que ilumine los caminos.
Se marcharon la luna y las estrellas,
nos dejaron temblando y no de frío,
nuestras manos se alzaron a los cielos
a buscar esa luz del infinito.
Pero hallamos tan solo las tinieblas,
ese velo tan gris y ennegrecido,
ese duro silencio por respuesta
y la ausencia de dioses y testigos.
No hay palabras ni ecos en la noche,
hay carencia de sangre y de latidos,
nuestros cuerpos curtidos se estremecen
como hojas abiertas de los libros.
Sin embargo buscamos las estrellas,
como buscan limosna los mendigos,
precisamos la luna que se marcha
y a ese beso en el lago recibido.
Hay nostalgia de abrazos y caricias,
de momentos pasados y suspiros,
con recuerdos que vuelven a nosotros
añorando la paz de los sentidos.
Pero el viaje que hacen las estrellas,
y la luna persigue con sigilo,
no se para por nada ni por nadie
y prosigue su rumbo definido.
Y así vemos sin ver a las estrellas,
y a la luna también en su retiro,
con el alma que sueña temblorosa,
en el pecho tan tierno de los niños.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/04/10
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