A pesar de los miedos al fracaso
acabó la lectura de la tarde,
y una brisa muy fresca y generosa
alivió nuestros cuerpos con su aire.
Atrás quedan los nervios contenidos
y los labios temblando por las frases,
en las bellas palabras tan rebeldes
rescatadas por ojos singulares.
Pasará mucho tiempo, hasta que olvide,
el momento preciso y el instante,
en que fuimos subiendo a la tribuna
y al atril que esperaba su mensaje.
Las cuartillas posamos en su seno
y apartamos los miedos un instante,
fue el momento quizás de nuestra dicha
de decir y contar lo que nos sale.
Porque al fin, los relatos y los versos,
son también, de nosotros, una parte,
una fibra sensible que dejamos
y el suspiro del alma que nos nace.
Uno a uno leemos los poemas
con la voz dulcemente vacilante,
y al final recibimos el aplauso,
la sonrisa y el gesto que nos hacen.
Nuestros pechos se sienten conmovidos,
y unas perlas, allende de los mares,
se perfilan también en las pupilas
y también nos reclaman esa parte.
Esa parte de elogio y de caricias,
que nos dan compañeros expectantes,
y con ellos nos llegan sus palabras
aplaudiendo este acto sin ambages.
Una hora ha durado la lectura,
y pudimos seguir un rato grande,
pero no, no quisimos aburrirles
prefiriendo que vuelvan otra tarde.
Al final hubo besos y sonrisas,
y guardamos recuerdos y saudades,
de esta hora pasada en la lectura
de este rato tan lindo y agradable.
Rafael Sánchez Ortega ©
24/04/10
acabó la lectura de la tarde,
y una brisa muy fresca y generosa
alivió nuestros cuerpos con su aire.
Atrás quedan los nervios contenidos
y los labios temblando por las frases,
en las bellas palabras tan rebeldes
rescatadas por ojos singulares.
Pasará mucho tiempo, hasta que olvide,
el momento preciso y el instante,
en que fuimos subiendo a la tribuna
y al atril que esperaba su mensaje.
Las cuartillas posamos en su seno
y apartamos los miedos un instante,
fue el momento quizás de nuestra dicha
de decir y contar lo que nos sale.
Porque al fin, los relatos y los versos,
son también, de nosotros, una parte,
una fibra sensible que dejamos
y el suspiro del alma que nos nace.
Uno a uno leemos los poemas
con la voz dulcemente vacilante,
y al final recibimos el aplauso,
la sonrisa y el gesto que nos hacen.
Nuestros pechos se sienten conmovidos,
y unas perlas, allende de los mares,
se perfilan también en las pupilas
y también nos reclaman esa parte.
Esa parte de elogio y de caricias,
que nos dan compañeros expectantes,
y con ellos nos llegan sus palabras
aplaudiendo este acto sin ambages.
Una hora ha durado la lectura,
y pudimos seguir un rato grande,
pero no, no quisimos aburrirles
prefiriendo que vuelvan otra tarde.
Al final hubo besos y sonrisas,
y guardamos recuerdos y saudades,
de esta hora pasada en la lectura
de este rato tan lindo y agradable.
Rafael Sánchez Ortega ©
24/04/10
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